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El absurdo Nobel de la Paz

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Recibí un SMS esta mañana, una alerta informativa. Lo leí y no podía creerlo. Le habían dado a Barack Obama el Nobel de la Paz. Un gobernante que lleva ocho meses y medio en el cargo ha recibido un premio que lleva tiempo convirtiéndose en el blanco de las burlas de medio mundo, pero que con este galardón podría por primera vez unir al mundo y ponerlo de acuerdo en una idea: habéis hecho el ridículo, machos.

El Premio Nobel de la Paz nunca ha estado exento de polémica. Podría decirse que estaba destinado a ello. Es un premio pensado para ser recibido por diplomáticos, políticos y activistas; en las palabras del testamento de Alfred Nobel, debía entregarse "a la persona que haya hecho el mayor o mejor trabajo por la fraternidad entre las naciones y la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz". Pero si en lo referido a campos como la Química, la Medicina o la Física la duda suele estar en si los galardonados lo merecen más o menos que otros candidatos, en el caso de Nobel de la Paz siempre hay quien piense que el elegido ha trabajado activamente… en contra de la paz.

Y es que posiblemente haya pocos campos como el de las relaciones internacionales en el que coexistan dos cosmovisiones tan distintas y contradictorias. Unos piensan que el objetivo de la paz se consigue dialogando, logrando un entendimiento mutuo y evitando "malentendidos" que puedan echar al traste estos procesos, como pudiera ser un rearme. Los otros que la mejor forma de querer la paz es preparándose para la guerra, que los conflictos armados se producen porque alguien cree que ganará algo con ellos y que la mejor forma de evitarlos es hacer tu país tan invulnerable que el precio de actuar contra él sea demasiado alto como para reportar beneficio alguno.

Es la vieja lucha entre los irreconciliables partidarios del apaciguamiento y de la disuasión. Un rearme puede ser para unos motivo de tensiones que pueden llevar a la guerra, mientras para otros un encarecimiento de emprenderla que en la práctica reduce las posibilidades de que comiencen las hostilidades. Una negociación puede ser para unos la única vía en que puede llegarse a un acuerdo que impida que cada uno intente lograr lo que quiere por métodos violentos, mientras para otros es una muestra de debilidad que hace más probable que alguien lo intente. Así, quienes para unos es un héroe de la paz, para otros puede ser alguien cuyas acciones ­–al margen de su intención– han colaborado eficazmente en sembrar las semillas de las que crecerá la próxima guerra.

El Premio Nobel de la Paz ha tendido siempre a premiar más a los partidarios del apaciguamiento. Incluso el otorgado a Kissinger en 1973 –junto al dirigente comunista vietnamita Le Duc Tho, cosa que se suele olvidar– tuvo como motivo unas negociaciones de paz que concluyeron en la conquista de Vietnam del Sur por sus vecinos totalitarios del Norte. Tampoco es de extrañar; las mismas palabras del testamento de Nobel priman esa cosmovisión sobre su contraria. Visto así, no resulta tan extraño que hayan premiado a quien hasta ahora ha ofrecido principalmente palabras y cuya única acción real en este campo haya sido retirar el programa del escudo antimisiles de Polonia y la República Checa. Palabras y desarme; las dos principales vías de llegar a la paz según los apaciguadores.

Pero aún así, los apaciguadores intentan mantener un mínimo de racionalidad, como demuestra su reconocimiento de que Churchill tenía razón y no Chamberlain, aunque sea el único caso en que lleguen a una conclusión favorable a los partidarios de la disuasión. Y bajo esos estándares, un premio a Barack Obama resulta completamente ridículo. No ha tenido tiempo siquiera para apaciguar como Dios manda.

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