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El Banco de Inglaterra y la Revolución Gloriosa

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Tras la Revolución Gloriosa, el Gobierno debía someterse al Parlamento, todo un logro para la historia de la democracia. La guerra que había desembocado en la Revolución había mermado los fondos de la Corona inglesa. A la ascensión de William y Mary siguieron varias guerras que esquilmaron aún más las arcas del Reino, hasta prácticamente vaciarlos a los cinco años de su llegada al Trono. Pero entonces se produjo otra revolución, la financiera, que le dio un vuelco a ambas situaciones.

Un escocés de nombre William Paterson llegó ante la Corona con un plan debajo del brazo: un conjunto de personas, cercanas al poder, constituirán una corporación que le realizarían un préstamo al gobierno que, en lugar de amortizarse en un plazo definido, proveería de un interés perpetuo. Esta institución tendría la facultad de comprar deuda del Gobierno, emitir billetes, comprar y vender oro y descontar pagarés. El capital original de esta institución fue de 1.200.000 libras, de las cuales 10.000 las puso William III y la misma cantidad la reina Mary II. Se constituyó en 1694 y su nombre es el Banco de Inglaterra.

El Gobierno creó dos compañías monopolísticas cuya carta se concedió a cambio de que adquiriesen títulos de deuda del Banco de Inglaterra. A la Compañía de las Indias Orientales, creada en 1709 a partir de otras empresas, se le concedió el monopolio del comercio con Asia a cambio de la compra de grandes cantidades de obligaciones del Banco de Inglaterra, llamadas «anualidades». La Compañía de los Mares del Sur recibió el monopolio del comercio de bienes y esclavos con África a cambio de comprar 9 millones de libras en anualidades. El Banco de Inglaterra, con esos fondos, pudo financiar cantidades crecientes de deuda pública. En 1719 alcanzó los 50 millones de libras. Pronto empezó a causar cierto temor por su tamaño. Gran parte de la deuda cambió su carácter perpetuo por préstamos a largo plazo y se habilitó en 1716 un fondo de amortización a partir de la retirada de ciertos impuestos fijos. Walpole, que lideró el gobierno de 1721 a 1742, amplió este fondo de amortización para restablecer el crédito de la deuda pública. Pronto comenzaron a venderse los títulos en la Bolsa de Londres, lo que les otorgó gran liquidez.

El primer problema apuntado aquí, el de la pobreza de los fondos públicos, quedó ampliamente resuelto. ¿Qué pasó con el otro, con el triunfo del Parlamento tras la Revolución Gloriosa? Echemos antes la vista atrás para recordar cuál era el papel del Parlamento inglés. El Rey, aunque muy poderoso, tenía cierto carácter de primus inter pares. No sólo había pretendientes al trono sin poder alegar derecho de sucesión, sino que hubo varios cambios de dinastía, como es bien sabido. Sus fuentes de ingresos procedían sobre todo de sus rentas como terrateniente y su riqueza se ampliaba o dividía con las conquistas y alianzas matrimoniales. Contaba, además, con el apoyo militar con la nobleza, o con la parte de ésta con la que había logrado una alianza.

Tenía también otra fuente de ingresos. La proveían los Comunes, que se reunían para fijar las contribuciones a las necesidades del reino. Se consideraba que los impuestos eran dádivas (gifts) que se entregaban a cambio de que la Corte los destinase a ciertos usos consensuados. El Gobierno no se podía distinguir de la persona del Rey y de su Corte, con un personal bastante escaso. Su capacidad de financiación, más allá de sus propias rentas, era muy limitada e inflexible. Lo que podía sacarle a los Comunes era del orden de magnitud de varios cientos de miles de libras. Los Comunes eran una institución distinta de la Corona, y no podía disponer de ella a su voluntad.

De hecho, en eso se basaba la idea de separación de poderes o, más propiamente, de gobierno mixto de Inglaterra. Desde el siglo XVII se acuñó la idea de que aquel país había resuelto el problema clásico del gobierno expresado por Polibio de que éste siempre tendía a la corrupción: desde la monarquía a la tiranía, de la aristocracia a la oligarquía y de la democracia a la demagogia y la anarquía. Y ello gracias a que había conservado un equilibrio entre los tres principios, una monarquía que conservaba todas sus virtudes, pero que estaba fiscalizada por la democracia (los Comunes), moderados a su vez por el buen sentido de la aristocracia (la Cámara de los Lores).

La revolución financiera cambió todo eso. «A partir de entonces», escribe Forrest McDonald en Novus Ordo Seclorum, «los tres estados del país se encarnaron en un sólo Estado, cuyos recursos y cuyo crédito comprendía todo el reino». Y, dotado de nuevos medios económicos, el Gobierno adquirió un poder antes desconocido. Es más, esa fuente de financiación no dependía del Parlamento, por lo que podía tomar medidas al margen y en contra de sus indicaciones. La administración creció a un ritmo inaudito. Pronto surgió una corriente de opinión contraria a la revolución financiera y a sus implicaciones políticas. Esta «corriente de la oposición», que tanto influiría en los Padres Fundadores de los Estados Unidos, veía en estos cambios una corrupción del sistema de gobierno inglés. Bolinbroke, el tory líder de la oposición a Walpole, acuñó el término «Robinocracia», que hacía referencia a que el primer ministro seguía ejerciendo el poder en un entorno institucional aparentemente constitucional, pero corrompido por la influencia del Ejecutivo sobre el Parlamento: «El Ejecutivo posee medios para distraer al Parlamento de sus funciones propias; seduce a sus miembros ofreciéndoles puestos y pensiones (…) persuadiéndoles de que adopten medidas (Ejército permanente, deuda nacional, impuestos sobre el consumo) por las que las actividades de la administración crecen más allá de lo que pueda controlar el Parlamento». Sí. El Gobierno podía comprar a los miembros del Parlamento con prebendas y condicionar el sentido de su voto. ¿A quién representaban ahora?

En las Cartas de Cato, John Trenchard y Thomas Gordon dejaron claro que el poder Ejecutivo era la mayor amenaza para la libertad porque podía corromper al resto de poderes, y lo había logrado gracias a su nueva capacidad financiera. Bolinbroke consideraba que, dado que el sistema financiero afectaba directamente a los hábitos de la gente, suponía una amenaza superior a todas las demás. Y veía en los créditos a largo plazo que obtenía el Gobierno una forma de beneficiar al partido de la Corte, a los adinerados que se adhieren al poder político, hipotecando a la gente (el partido del campo), que acabará pagando tales deudas con sus impuestos.

El primer banco central de la historia ayudó a corromper el gobierno mixto inglés que, lejos de acercarse a cualquier ideal de perfección, había evolucionado hacia un sistema bastante razonable, enraizado en la estructura social del país, y que dificultaba el crecimiento del poder central. Valga como ejemplo que tradicionalmente se había confiado la defensa del país a las milicias, a la propia gente armada y organizada localmente, y que se había identificado a los ejércitos permanentes (standing army) con la tiranía. Gracias al Banco de Inglaterra y a los monopolios comerciales, gracias a la corrupción del Parlamento que denunciaron desde la corriente de la oposición, William III pudo tener su ejército permanente.

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