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El liberalismo es una cuestión ética

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Este artículo ha sido publicado originalmente en el "Especial Liberalismo" de la revista universitaria La Pecera.


El profesor Carlos Rodríguez Braun cuenta que en una ocasión le preguntó a Karl Popper qué le parecía que la libertad fuera tan buena para aumentar la prosperidad económica. Ésa es una muy feliz coincidencia, respondió el filósofo austriaco. Como bien explicaba Rodríguez Braun, esto es una boutade, no es verdad. La ciencia económica nos explica por qué un sistema en el que impera la libertad tiende a ser más próspero que uno en el que no. No es ninguna coincidencia. Pero la ingeniosa respuesta de Popper es una acertada crítica al excesivo énfasis con el que los liberales solemos defender la libertad desde un punto de vista estrictamente económico. No hay que defender la libertad por sus consecuencias económicas, sino desde un punto de vista ético. Si por alguna casualidad el esclavismo fuera un sistema más próspero, aún así habría que combatirlo.

La libertad es la respuesta a la búsqueda de un sistema ético universal, es decir, un conjunto de normas de convivencia que aplique a todo el mundo por igual y que sea válido en todo momento. El liberalismo parte de que todas las personas son sujetos éticos iguales. Toda regla que aplique a un individuo o a un grupo necesariamente tiene que aplicar a todos los demás individuos o grupos. De este punto de partida se deduce un sistema de normas de convivencia con el que evitar o minimizar los conflictos entre personas. Ese sistema es lo que los liberales resumimos en el término libertad. Pero es necesario precisar. ¿Qué es exactamente la libertad?

La libertad hay que describirla desde tres puntos de vista, como si fueran los tres lados de un mismo triángulo. El primero de esos lados es el denominado principio de no agresión. Lo que dice es cada uno puede hacer lo que desee mientras no inicie el uso de la fuerza contra los demás. No se puede matar, violar, secuestrar, esclavizar, agredir, coaccionar, robar, cometer fraude o extorsionar a los demás. Este principio no es en teoría polémico. Si vamos a la calle y preguntamos a los diez primeros que pasen qué les parece este principio ético, estarán de acuerdo. Pero como dice el economista Walter Block, lo que define a los liberales es que nosotros lo decimos en serio. Lo aplicamos a todo y no hacemos excepciones. Ésta es la libertad desde el punto de vista de la acción, lo que a menudo se denomina "libertad negativa". Es lo que nos dice qué acciones podemos llevar a cabo y cuáles no.

Pero este principio queda incompleto si no definimos los medios a los que podemos aplicar esas acciones. Si por ejemplo vemos que Juan le quita la cartera a Pedro y sale corriendo, ¿quién está agrediendo al otro? Pues depende de quién sea el propietario de la cartera. Si resulta que ayer Pedro le robó la cartera a Juan y ahora Juan simplemente la está recuperando, estará en su derecho. Por ello, el segundo lado de ese triángulo que define qué es la libertad es el punto de vista de los medios, de las cosas materiales sobre las que ejercemos nuestras acciones: necesitamos una teoría de la propiedad. La propiedad es el ámbito material de control de cada uno, el ámbito en el que podemos hacer lo que queramos mientras respetemos el principio de no agresión. El derecho de propiedad sobre algo nos legitima a establecer normas sobre dicha cosa. Es necesario tener una teoría no arbitraria que asigne derechos de propiedad de la realidad material a los individuos o grupos de individuos.

Existen cuatro reglas generales de asignación de derechos de propiedad. La primera es que cada uno es dueño de sí mismo. La segunda, que cada uno pasa a ser dueño de los frutos de sus actos, entre otras cosas los bienes que producimos con nuestro trabajo o con factores productivos de nuestra propiedad. Cuando varias personas participan en la producción de algo, la propiedad se reparte entre ellas como previamente se haya pactado. La tercera nos permite hacernos dueños de las cosas, al hacer uso de ellas, cuando no tienen propietario previo y nadie antes usa, mediante el principio de primer uso. Y la cuarta forma es mediante la transferencia voluntaria y consentida de derechos de propiedad entre individuos, como por ejemplo intercambios o regalos.

Aunque muchos teóricos liberales definen el sistema ético de la libertad sólo con estas dos primeras patas, lo cierto es que así quedaría cojo. Tendríamos un sistema de normas demasiado general al que le falta un mecanismo para el establecimiento de normas más específicas. Es cierto que algunas se derivarían directamente del derecho de propiedad, puesto que cada uno puede poner las normas particulares que desee dentro de su ámbito de propiedad. Pero faltaría un mecanismo de generación de normas particulares más vinculantes entre personas. Por ello el tercer lado que completaría la definición ética de la libertad es precisamente la teoría de contratos. Francisco Capella completa esta teoría definiendo los contratos como compromisos formales exigibles por la fuerza. Los contratos son mecanismos que permiten que dos o más individuos pacten de forma voluntaria establecer normas particulares sobre sus propios ámbitos de propiedad y se comprometan a cumplir con ellas. Los contratos expresan nuestra capacidad para ligarnos mutuamente, nos permiten hacer uso de nuestra libertad para restringir nuestras propias acciones. Por ello, se requiere que los contratos sean voluntarios y consentidos, y que vinculen sólo a las personas contratantes y a sus respectivos ámbitos de propiedad.

La libertad, por tanto, no es un principio vago o que sea útil sólo en determinadas circunstancias. No es un eslogan vacío para campañas políticas. La libertad es un sistema ético universal, igual para todos y válido siempre, definido por el principio de no agresión, la asignación de legítimos derechos de propiedad y los contratos voluntarios. Este sistema es el que los liberales consideramos como válido. Y es, por otro lado, el sistema que los antiliberales atropellan cuando proponen excepciones. A menudo con buena intención, el antiliberal propone la agresión, la violación sobre el derecho de propiedad o la prohibición de determinados contratos libres y vinculantes sólo entre las partes, como medio para conseguir fines particulares. Quienes apoyan los atropellos al sistema liberal, a veces sin darse cuenta de que lo hacen, hacen de éste un mundo más arbitrario, menos justo y más violento. Hacen de éste, en definitiva, un mundo peor.

Hay que decir que no todo es sencillo dentro del sistema liberal. La realidad es compleja y presenta dilemas y casos de frontera que se interpretan de manera distinta entre los propios liberales. Hay muchos asuntos controvertidos, fundamentalmente en torno al papel del gobierno. Esto da lugar a distintas corrientes dentro del liberalismo, como el anarcocapitalismo, el minarquismo y el liberalismo clásico. Pero una cosa es segura. Todos los liberales compartimos un mismo principio ético, un mismo credo que hay que defender. Somos quienes de verdad, sin excepciones ni excusas, amamos la libertad. El liberalismo, como decía el profesor Walter Castro, es una cuestión ética.

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