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Fútbol y política

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En el corto intervalo de tiempo que media entre este fin de semana y el próximo 1 de julio, el fútbol, deporte de masas por excelencia, nos depara una larga lista de encuentros de distinto ámbito. Si en España se dirime la victoria en el campeonato de la Copa del Rey dentro de pocas horas, durante el mes de junio los jugadores de dieciséis selecciones nacionales europeas medirán sus habilidades y fuerzas en la Eurocopa de la UEFA 2012, que se celebra en los campos de Polonia y Ucrania.

Incluso si sus planes no pasan por contemplar los partidos que excitarán a millones de personas, reconocerá que su influencia en el mundo actual obliga a observar el fenómeno completo. Sin embargo, no creo que los personajes que pululan por el mundo de este espectáculo nos ofrezcan claves unívocas trasladables a la filosofía. A no ser que cultivemos el juego al despiste intelectual que tanto place a los postmodernos, debemos convenir que las polémicas que provocan algunos de sus protagonistas son más bien el reflejo de sus vanidades y bajas pasiones, difundidas para captar la atención de los hinchas propios y provocar a los contrarios, antes que emulsiones del pensamiento (por muy irracional que éste sea). La dinámica generada por la extraordinaria popularidad del fútbol y la rapidez de las comunicaciones en la actualidad retroalimenta y magnifica a escala planetaria vulgares peleas y chismorreos. En diciembre del año pasado pude comprobar cómo en un local atestado de hinchas del Real Madrid y el F.C Barcelona, ataviados con sus respectivas camisetas para ver la retransmisión de un partido de liga entre ambos equipos, solo la contundente intervención de los guardias privados impidió que dos forofos contrarios, visiblemente embriagados e invocando los nombres de Mourinho y Guardiola, llegaran a las manos. Este incidente ocurría en Varsovia y los aficionados eran polacos….

Sin duda el deporte organizado y el espectáculo que gira a su alrededor se han convertido en un complemento de la política. Destacan por su alcance los favores mutuos que se prestan los empresarios dedicados al fútbol y los políticos de todo el mundo. Las conocidas relaciones de compadreo entre presidentes de clubs de fútbol y políticos españoles trascendieron al exterior con la aparición de noticias sobre las deudas de los equipos de fútbol con el fisco de (752 millones de euros) y la Seguridad Social (10,6 millones de euros). A sus competidores europeos no se les escapó que esa condescendencia encubre una subvención por parte de un estado que, casualmente, reclama ayuda financiera a los demás países europeos. En un mercado donde la puja por los jugadores más sobresalientes marca habitualmente la diferencia entre las opciones de los distintos equipos a obtener títulos importantes, resulta saludable que proliferen dedos acusadores contra quienes gozan muchos años de privilegios otorgados por políticos de todo signo para medrar en sus negocios particulares y los clubes que presiden.

Los intereses de directivos del fútbol y políticos españoles se entrecruzan y mezclan, adaptándose a la pintoresca realidad de la política nacional y el desquiciamiento que provocan las alucinaciones de los nacionalistas periféricos. No por casualidad, han pertrechado de ideología y proyección política a grupos que no pasarían de ser los energúmenos habituales en los campos de fútbol. Considero un profundo error que el código penal español (Art. 543) considere como delitos "las ofensas o ultrajes de palabra, por escrito o de hecho, a España, a sus Comunidades Autónomas o a sus símbolos o emblemas, efectuados con publicidad". Como dijera el Tribunal Supremo de los Estados Unidos (Texas v. Johnson 1989) sobre la quema de su bandera, por desagradables y vituperables que estas conductas sean para la mayoría, constituyen manifestaciones amparadas en la libertad de expresión.

Conviene no confundir, empero, esa conducta con auténticas alteraciones del orden público como las que tuvieron lugar en el estadio del Valencia hace dos años, cuando seguidores del Athletic de Bilbao y F.C Barcelona compitieron por la Copa del Rey. Después de que grupos no desautorizados por los directivos de esos clubes caldearan debidamente el ambiente, la pitada al himno nacional y al propio monarca que da nombre al torneo, pasaron a los anales como la enésima demostración de la esquizofrenia en la que viven inmersos muchos catalanes y vascos. Igual de patético resultó el empeño de la televisión oficial pagada forzosamente por todos los españoles de ocultar a sus telespectadores la magnitud de lo que estaban ocurriendo.

Es por esto por lo que, con ese precedente, sorprenden las reacciones a la propuesta de la presidenta de la Comunidad de Madrid de celebrar el partido a puerta cerrada si vuelven a repetirse esos altercados. Nada impide a esos equipos y a sus seguidores independentistas abandonar las competiciones que tienen lugar en España. Pero disfrutar del aura de ganar un trofeo español y, al mismo tiempo, reventar la organización del encuentro desafía todas las reglas de comportamiento leal a las que se comprometen los participantes en este tipo de acontecimientos deportivos.

La penúltima prueba de fuego para las incoherencias de todo este juego político tendrá como escenario los campos de fútbol de Polonia y, esperemos, de Ucrania. Precisamente, entre los seleccionados para competir contra otros equipos europeos se incluyen jugadores que provienen del Athletic de Bilbao y F.C Barcelona. Qué quieren que les diga. Me entusiasmaría que todos ellos triunfen dentro de la selección española.

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