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Inmigración (II): la mejor ayuda al desarrollo

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Los efectos de las restricciones a la libertad de migración son idénticos a los provocados por el proteccionismo.
Ludwig von Mises.

La migración y el desarrollo son funcionalmente y recíprocamente procesos conectados. 
Hein de Haas.

Los efectos multiplicadores de las remesas aún son desconocidos y van más allá del apoyo al hogar, de hecho pueden aliviar a una economía como la nicaragüense.
Manuel Orozco.

 La migración y las remesas ofrecen una tabla de salvación para millones de personas y pueden jugar un papel fundamental para el despegue de cualquier economía. Permiten a la gente tomar parte del mercado laboral mundial y crear recursos que pueden aprovecharse para el desarrollo y el crecimiento.
Kaushik Basu.
 

¿Cuál sería uno de los cambios políticos más importantes para reducir la pobreza en todas partes y disparar el PIB mundial? Muchos liberales dirían la decidida eliminación de las barreras comerciales sin dudarlo. Mucha más gente aún, por desgracia, propondría dar un gran empujón a la ayuda oficial al desarrollo. Desestimando la última propuesta por su probada ineficacia y sesgo interesado, la literatura académica estima que la liberación completa del comercio internacional incrementaría entre el 1% al 4% el PIB global de un año para otro. Nada comparable a las colosales consecuencias que acarrearía la eliminación general de las restricciones a los flujos migratorios: el artículo ya clásico de Hamilton y Whalley de 1984 mostraba que la liberalización del mercado laboral en el mundo doblaría, como mínimo, el PIB mundial. Sucesivos estudios, como el de Jonathon Moses y Björn Letnes (2004) han coincidido en ese pronóstico. Según el más reciente estudio del economista del desarrollo Michael Clemens, dicha liberalización podría suponer un aumento de entre el 67% al 147% del PIB mundial.

La productividad de una persona depende enormemente de las circunstancias que le rodean, no solo de su capacidad. Podemos imaginar a la persona mejor formada del planeta o con los mayores incentivos para trabajar, pero si se encontrara en un desierto o en un país caracterizado por ser un nido de corrupción, guerras, tiranía, usos contrarios a la innovación, instituciones débiles, baja tasa de capitalización, inseguridad jurídica o un combinado de todo lo anterior, tendría muy pocos medios para mostrar su valía. La manera más eficaz y expedita de hacer a una persona más rica es simplemente permitiéndole moverse de un lugar poco desarrollado a otro más productivo. Cuando trabajadores de países pobres se trasladan a países prósperos tienen a su alcance las oportunidades que les brinda una economía avanzada: estructura de capital más compleja, seguridad jurídica, abundancia de negocios, tecnologías punteras e instituciones más pro mercado beneficiándose ellos mismos de todo ello y haciendo, a su vez, más productiva dicha economía de acogida.

Desde el punto de vista de la colectividad humana en su conjunto, el no poner impedimentos a la movilidad laboral de las personas por el mundo se traduciría en un aumento de la productividad del trabajo humano y, por ende, de la riqueza material disponible. Billones de dólares se pierden actualmente por no maximizar dicho potencial humano. Es la mayor oportunidad de arbitraje desaprovechada en el mundo, según palabras del propio M. Clemens.

La inmigración incrementa el tamaño de la economía, mejora la productividad global y es un impulso económico para todos. De forma similar a lo que ocurre con el comercio internacional, tampoco los flujos migratorios son un juego de suma cero: benefician a todas las sociedades implicadas, tanto si son exportadoras como importadoras de capital humano. Incluso el célebre académico Dani Rodrik, escéptico de la globalización actual, argumenta en su Feasible Globalizations que los mayores beneficios en términos de desarrollo y reducción de la pobreza no provendrían de los muy trillados asuntos en torno al libre comercio, sino de un mayor movimiento internacional de trabajadores, y que incluso una pequeña liberalización en este terreno fomentaría significativamente el desarrollo en los países pobres.

Esto atañe tanto a los trabajadores no cualificados como a los más preparados. Contrariamente al manido argumento de que no es recomendable que los trabajadores más cualificados abandonen su país de origen porque privaría de materia gris a los países pobres, los economistas del desarrollo William Easterly y Yaw Nyarko han dado cuatro razones para fomentar en África la mal llamada «fuga de cerebros» (brain drain): i) beneficia en primer lugar a los emigrantes mismos, ii) beneficia a sus familiares en origen a través de las remesas monetarias que aquéllos les envían desde el exterior, iii) cuando algunos emigrantes vuelven a sus países de origen aportan habilidades y conocimientos nuevos y, por último, iv) aun sin regresar a su país, sus ejemplos y nuevas ideas sirven de estímulo y acicate a otras personas de su comunidad para abrazar el cambio e innovar.

Lo mismo sucede con los trabajadores con menores habilidades. Los agoreros pesimistas denuncian también el drenaje de la fuerza muscular (brawn drain) tanto del campo a la ciudad -en el interior del propio país en vías de desarrollo- como hacia otro país en el exterior por hacer escasa la mano de obra agrícola en los países de origen. Son incontables sus teóricos (Papademetriou, Gunnar Myrdal y su teoría de causación acumulativa, Rhoades, Almeida, Lipton y su crítica al consumo no productivo e importador de los inmigrantes receptores de remesas, Reichert y su teoría del círculo vicioso o síndrome migrante por el que la emigración profundizaría las desigualdades y el subdesarrollo); ven con desconfianza los procesos migratorios de los países pobres hacia los ricos al hacer más dependientes los primeros con respecto a los segundos y al exacerbar las diferencias de riqueza entre las diversas regiones de los países exportadores de capital humano. No tienen remedio todos estos neomarxistas que parecen ciegos ante los beneficios ciertos de las migraciones en los propios individuos, sus familiares y su entorno. Condenan severamente lo que no obedece a sus teorías de lo idílicamente equitativo pergeñadas por sus mentes.

Con permiso de estos pesimistas del desarrollo, las remesas monetarias de los emigrados son doblemente beneficiosas porque por un lado son menos volátiles que los programas internacionales de desarrollo y alcanzan partes de la sociedad que no alcanza ni de lejos la ayuda estatalizada para el desarrollo. Estas remesas –no lo olvidemos- no son gastadas en armamentos ni desviadas hacia cuentas bancarias en Suiza. Van directas a sus beneficiarios y duplican sus ingresos; son utilizadas, entre otras cosas, para alimento, agua potable, atención médica o educación de los menores a su cargo; es decir, para sacar a su gente de la pobreza. Pero es que además, las remesas son una fuente significativa de divisas internacionales para muchos países. Añadamos a esto otra ventaja más de tener abiertos canales de transmisión de remesas: está comprobado que cuando un país pobre se ve golpeado por algún desastre natural o suceso grave, el número y montante de remesas familiares se multiplica exponencialmente para paliar las necesidades más urgentes de su población.

Las cifras oficiales manejadas por el Banco Mundial en 2012 del envío total de remesas monetarias en el mundo (sin contar con las remesas informales de las que no hay registro) alcanzan los 529.000 millones de USD. De ellas, las enviadas por los trabajadores extranjeros residentes en países de economías avanzadas o de mayores rentas hacia sus países de origen menos desarrollados superan los 400.000 millones de USD (más de un tercio va dirigida a China, India y México, los tres países receptores más importantes). Estos 400.000 millones de USD suponen más del cuádruplo del montante de ayuda internacional llevada a cabo por la totalidad de los gobiernos de los países desarrollados. Esta cifra remesada, además, se ha multiplicado por tres desde el año 2000.

Los gobiernos de los países receptores, pese a ser plenamente conscientes de la importancia de dichas remesas, no la reconocen abiertamente dado que, al no depender dichos flujos monetarios de su intervención, supondría aceptar el fracaso de sus políticas económicas a largo plazo ya que no logran ofrecer oportunidades de mejora a sus propios nacionales que acaban abandonando el país. Los flujos migratorios originados desde sus países son consecuencia de sus políticas estériles pero también una denuncia silenciosa –y vergonzante- de las mismas. Sólo tenemos que observar que dichos gobiernos suelen tener ministerios para cada flujo internacional (Turismo, Comercio, Cooperación o Inversión Extranjera) pero no existe nada semejante con respecto a remesas monetarias (netamente privadas).

Otro efecto adosado a estas ayudas directas privadas es lo que algunos estudiosos del tema como Peggy Levitt o Ninna Nyberg han venido a llamar «remesas sociales», esto es, los emigrantes, además de dinero, también exportan hacia sus comunidades de origen nuevas ideas, comportamientos sociales, papel actual de la mujer en la sociedad o contactos en el exterior, así como nociones de democracia, tolerancia o rendimiento de cuentas. Son no pocas veces un revulsivo para las sociedades cerradas pero fuente de nuevos memes desafiantes para el comportamiento grupal de las mismas.

La globalización de las economías es un fenómeno imparable. Tras la Segunda Guerra Mundial, se crearon instituciones para promover la movilidad de las mercancías y el movimiento de capitales. Los avances en los medios de transporte modernos y en las tecnologías de la comunicación la han favorecido enormemente. La movilidad de las personas trabajadoras, sin embargo, quedó casi «congelada». Ha quedado desde entonces a duras penas contenida, esperando a ser liberada.

Las inversiones productivas y el desarrollo económico en el seno de los países más atrasados son muy deseables y reducirían in situ la pobreza, pero crear las infraestructuras necesarias y un entorno propicio para atraer y retener las inversiones a largo plazo requiere de bastante tiempo y de la existencia de instituciones adecuadas que las garanticen (nada fácil de conseguir, por cierto). Una mayor apertura, por el contrario, hacia la mano de obra inmigrante al establecerse unas fronteras más porosas y flexibles que las actuales en los países más desarrollados implicaría una rápida y contundente eliminación de la pobreza extrema en el mundo. Tal y como lo expresa el profesor Bryan Caplan, la razón por la que persiste aún tanta disparidad de renta entre fronteras es porque mucha gente está en el país equivocado; necesita, por tanto, moverse a otros países más productivos. Todo aquel que esté concernido por la ayuda al desarrollo debiera considerar seriamente esta alternativa.

Sin embargo, las legislaciones migratorias en los países industrializados son especialmente restrictivas para trabajadores no cualificados; eso significa que estamos poniendo coto arbitrariamente al mayor activo que poseen los países en vías de desarrollo: su fuerza laboral poco cualificada. A los pobres del mundo no se les permite muchas veces que accedan libremente sus bienes y productos a los mercados ricos; tampoco se les deja que acudan físicamente a ellos para vender sus servicios. Como veremos en un comentario posterior, los argumentos que se aducen por parte de los nativistas para frenar la movilidad laboral de extranjeros son falaces; responden todos ellos a temores infundados o imaginarios.

Por descontado, abogar por una inmigración más abierta no significa que cualquiera pueda acceder al país de acogida en la manera que él elija; no se trata de una inmigración descontrolada e irrestricta. Las autoridades competentes deben vigilar el proceso para evitar que se «cuelen» individuos con antecedentes criminales, terroristas confesos o enemigos declarados del país anfitrión.

Después de siglos de batallas por eliminar la discriminación del ser humano por su raza, sexo, religión o creencias resulta que el factor de mayor desigualdad hoy día en el mundo es el lugar de nacimiento. Las sociedades avanzadas aceptan desgraciadamente sin mayores dilemas morales el discriminar quién tiene derecho a vivir y trabajar dentro de sus fronteras en función meramente de su pasaporte. Los ciudadanos de los países desarrollados prefieren seguir contribuyendo al «desarrollo» de los países más atrasados colaborando con las ONGs o presionando a sus gobiernos respectivos para que dediquen más cantidad de sus impuestos para la ineficiente y muchas veces absurda ayuda al desarrollo. Ni siquiera presionan a sus gobiernos para derribar unilateralmente las barreras al comercio, algo importante para los habitantes de los países más pobres. Todo lo intentado hasta ahora es, por desgracia, insuficiente.

Tras más de medio siglo mandando ayuda a los países del Tercer Mundo sin haber conseguido resultados satisfactorios, parece que ha llegado el momento de probar otras medidas. Facilitar la movilidad laboral transfronteriza es un tema decisivo para el desarrollo mundial.
 


­Este comentario es parte de una serie acerca de los beneficios de la libertad de inmigración. Para una lectura completa de la serie, ver también I.

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