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La insoportable levedad de Cebrián

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Rememorando los tiempos en que un editorial de su querido diario marcaba un antes y un después de su publicación, Juan Luis Cebrián Echarri se puso atildadamente serio el pasado domingo para solaz de sus todavía numerosos lectores. Tras años de haber sido uno de los puntales del régimen que se derrumba "acosado por los mercados", se aprestó a servir un desayuno clásico entre los precocinados de su casa. Después de abrir boca, esa pieza tenía su continuación en un editorial el día siguiente que desempolvaba las viejas campañas del diario que se llamaba independiente de la mañana, no sin provocar una sonrisa que se tornaba carcajada entre los más avisados. Para estupor de muchos, la cabecera de la empresa de comunicación que ha obtenido más favores de los gobiernos españoles de los últimos cuarenta años –especialmente los socialistas, gracias a una alianza político mercantil muñida hace mucho tiempo- terminaba su catilinaria posmoderna reclamando al inquilino de La Moncloa que "si de verdad quiere rendir un último servicio a su país, debe hacerlo abandonando el poder cuanto antes y reconociendo la urgencia de que nuestro Gobierno recupere la credibilidad perdida".

Llama la atención la aparente contundencia de las exigencias si se repara en que casi todas las políticas del gobierno que han conducido indefectiblemente al actual estado de cosas han sido apoyadas de forma entusiasta por los editorialistas de los medios de comunicación del (otrora) emporio PRISA. No por casualidad, el moldeamiento de las mentes más permeables a la propaganda ha contado con su franca colaboración: la perpetuación de la mentira oficial sobre la masacre del 11M, el sometimiento implacable del poder judicial a los deseos del gobierno y la promoción de los elementos afines dentro de la judicatura, la manipulación de la historia para utilizarla como instrumento de propaganda a su servicio, la educación para la ciudadanía y la ocupación de la Universidad, la negación de la crisis o el escoramiento hacia posiciones negadoras de la realidad, el ensalzamiento de los trapicheos con los terroristas de la ETA y los tratos con los nacionalistas que subvertían el orden constitucional –por muy defectuoso que fuera-. Hasta patéticos proyectos gubernamentales como la "alianza de civilizaciones", que luego se tornó en guerra de Afganistán y loas a Obama.

Y, ahora, los artífices de la propagación de un infantilismo autocomplaciente que ha conducido a la zozobra actual se descuelgan con un reproche vanidoso, incapaces, por supuesto, de reconocer que sus errores intelectuales profundos la han hecho posible. Los que durante decenios han justificado a una bestia compuesta por miles de aparachitks y agit-props cómodamente instalados en el Estado y todos sus apéndices se descuelgan con un mohín hacia la guinda que ha colmado este infausto tinglado. Bien sea por los reveses en su cuenta de resultados particular, bien por celos o, simplemente, por la percepción de que el líder ya no sirve para detentar el poder y repartir prebendas, parece como si fueran los espectadores de un drama que se desata ahora. Como si ni hubieran contribuido decisivamente a crearlo.

Obviamente, durante estos años de inmensa frivolidad han surgido escaramuzas entre grupos de comunicación que han pugnado por los favores del Gobierno. Hace un par de años, cuando el grupo de sociedades Mediapro, de Jaume Roures Llop, lanzó su canal de gestión de pago "Gol TV" y consiguió acto seguido la gestión de los derechos de retransmisión de los partidos de fútbol, en gran parte debido a unos cambios legislativos auspiciados por sus amiguetes del gobierno, el consejero delegado de PRISA clamó airado que "nos oponemos a un decreto de urgencia anticonstitucional que no tiene otro sentido que no sea ayudar a sus amigos".

Dice "Janli": "Gentes de derechas, de centro y de izquierdas, antiguos comunistas y viejos franquistas arrepentidos, católicos fervientes y ateos recalcitrantes, mujeres, hombres, profesores, jueces, militares, diputados, periodistas e intelectuales reclamaban, con la serena parsimonia de su experiencia y la firmeza de su convicción, una recuperación del consenso y el pacto como únicas vías para salir del agujero en el que parece hundirse la sociedad española".

Las llamadas al consenso no son nada nuevo en situaciones extremas. Pero, aparte de que resultarían más creíbles si partieran de alguien que hubiera huido del sectarismo, debe explicarse sobre qué fundamentos pretende articularse. En las sociedades libres y plurales lo normal consiste precisamente en el debate de las ideas contrapuestas pese al reconocimiento de una base común mínima. Causa estupefacción y fundado recelo que quienes han seguido una estrategia de aniquilación del adversario totalizadora y maniquea se invistan ahora con un manto de vaporoso "consenso". Todo el mundo debía plegarse al programa de un neosocialismo hecho de retales anticapitalistas y antiliberales. Es más, esta sumisión debía extenderse a la renuncia a creencias religiosas tradicionales en España. De ahí su furibunda guerra ideológica contra la religión católica, la única que mantiene una influencia, aunque decreciente, sobre millones de individuos.

No faltan en la amalgama de Cebrián analogías de trazo grueso con la situación de países distintos y distantes, al modo de quien recibe multitud de informaciones, pero resulta extraordinariamente torpe para interpretarlas. Tampoco vacuos lamentos sobre "la falta de liderazgo, la resistencia al cambio de quienes ocupan posiciones establecidas (¡!) y la inflexibilidad de la respuesta frente a un mundo en continua ebullición".

Recogiendo el testigo de su augur, el editorial de marras continúa: "A la fecha nos encontramos con un país amenazado de ruina (atrapado en la vorágine de los mercados financieros desatada sobre Europa), sin perspectiva, con serios problemas de cohesión social y aun territorial (¡!), en el que cunde la desilusión entre los ciudadanos sin distinción de ideologías o de clase social".

Sin embargo, las demandas son contundentes solo en apariencia. Las pintorescas inspiraciones de Cebrián basculan entre la contumaz rememoración del mayo del 68, los acampados indignados, China, las nuevas tecnologías, una reforma constitucional que instaure un Estado federal culminando y corrigiendo el proceso de las autonomías, y cuestione la provincia como distrito electoral y establezca las prioridades para las próximas generaciones de españoles (sic). Un programa que reforme el sistema financiero y la modernización de las relaciones laborales (sin explicar en qué sentido). Notable es el guiño que el mandarín que es Cebrián hace al candidato "in pectore" del PSOE. Otro que, como nos cuenta Rodríguez Braun, parece que pasaba por allí.

Puestos a trazar comparaciones, se me ocurre que las lágrimas de cocodrilo vertidas por el diario global en español (sic) y su consejero delegado tienen muy poco que ver con la novela de Milan Kundera La insoportable levedad del ser. Más bien, se deben a la insoportable frivolidad de su ser y la vieja máxima de El Gatopardo: cambiar todo para que no cambie nada. Con Rubalcaba.

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