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La maldición de los recursos naturales

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La clave del crecimiento económico reside en una organización eficaz: marco institucional adecuado y una estructura de la propiedad sólida.

Resulta imposible mantenerse al cabo sobre el estado de la economía internacional: hay países de los que oímos hablar mucho, mientras que otros aparecen y desaparecen de los medios… Sin embargo, muchos de los angustiados emigrantes que cruzan el Mediterráneo provienen de algunos de ellos. Es terrible el drama de la gente que muere ahogada en el mar o por el camino desde sus lugares de origen; y tampoco le prestamos suficiente atención a los motivos de su huida. Por una parte, la guerra y la persecución política o religiosa (en Oriente Próximo, así como en ciertos países africanos): aquí es evidente que podemos señalar la responsabilidad moral de los culpables. Más complicado es juzgar aquellas situaciones en las que es el hambre lo que empuja a tantos hacia Europa… Desde luego que no es posible proponer una explicación sencilla y uniforme para todas esas naciones subdesarrolladas (ahora lo correcto es decir “en desarrollo”), pero sí podemos denunciar algunas causas achacables al mal gobierno o la falta de libertad, lamentablemente bastante frecuentes en esos países subsaharianos.

La circunstancia de conversar con alumnos de dos lugares tan lejanos como son el Perú y Guinea Ecuatorial me ha llevado a escribirles estas líneas con un título copiado de su literatura en inglés: The Resource Curse, y sobre lo que trabajamos en un proyecto de investigación en mi universidad hace tres o cuatro años. En el resumen explicábamos cómo la riqueza en recursos naturales no sólo no ha supuesto necesariamente un incremento en el bienestar de los ciudadanos en aquellos países, sino que en muchos ha ocasionado un menor crecimiento económico. Esta paradoja se ha demostrado en numerosos trabajos como los realizados por Sachs y Warner (1995), que analizan cómo países ricos en recursos naturales presentaron a lo largo del tiempo tasas de crecimiento económico menores que otros países: el caso específico de países como Nigeria, Congo, Venezuela o Perú sirven como prueba de que la posesión de riqueza natural no implica el éxito económico, ni el desarrollo social o político. Sin embargo, la maldición de los recursos naturales no siempre se cumple, ya que algunos países sí que han logrado sacar provecho de su riqueza en commodities. Por ejemplo, y tal y como demuestra Frankel (2010), no sólo países más desarrollados como Chile o Noruega han sido capaces de explotar esa ventaja, sino que también países en desarrollo, como Botsuana, han aprovechado esta riqueza en recursos naturales, lo que le ha llevado a ser el país de África continental con una mejor calidad de democracia, estabilidad y crecimiento de la renta.

La clave, pues, se encuentra en identificar qué factores son determinantes en el éxito o no de la gestión de los recursos naturales como motor de la economía. En este sentido, en numerosos trabajos se ha destacado el papel preponderante de las siguientes variables: calidad y estabilidad del marco institucional (Butkiewicz y Yanikkaya, 2010), gestión transparente de los beneficios que emanan de los recursos naturales (Banco Mundial, 2009) y diversificación de la economía (Gylfason, 2001).

Poníamos el ejemplo de Guinea Ecuatorial, el tercer mayor productor de petróleo del África Subsahariana. Su evolución económica está marcada por la explotación de sus recursos petrolíferos, que comenzó en 1992. Desde entonces, el PIB nominal en dólares corrientes se ha multiplicado por 56 y ha registrado una tasa de crecimiento anual acumulada del 36%, que está empezando a moderarse en los últimos años. Actualmente la política económica de este país se guía por los objetivos establecidos en el Plan Nacional de Desarrollo (PDN) 2008-2020. En el contexto del Artículo IV del convenio constitutivo con el FMI, este organismo llegó a la conclusión de que Guinea Ecuatorial ha realizado avances considerables para lograr sus objetivos de desarrollo pero “la creación de un entorno propicio para el desarrollo del sector privado constituyen algunos de los objetivos primordiales que figuran actualmente en la agenda de desarrollo de las autoridades.” En este sentido, el FMI, recomienda “reforzar las instituciones fiscales, desarrollar los servicios públicos y mejorar la gestión de gobierno”.

¿Qué está fallando? Traduciendo al lenguaje que acostumbran a leer aquí, el FMI hablaría de mejorar el Estado de derecho, evitar la corrupción o conseguir un mayor grado de libertad individual… Y como un complemento al análisis de este problema, podemos añadir las aportaciones que los autores institucionalistas han escrito sobre este punto: qué nos dice la Historia y qué nos dice la teoría económica en relación a la experiencia de los países desarrollados que superaron esa maldición.

Estos autores proponen, a partir de los principios generales del modelo económico “liberal” de Adam Smith, la siguiente interpretación: la clave del crecimiento económico reside en una organización eficaz, que implica el establecimiento de un marco institucional y de una estructura de la propiedad capaces de canalizar los esfuerzos individuales hacia actividades que redundan en una tasa social de beneficios. Por el contrario, una situación estacionaria se producirá cuando en la sociedad no existan los incentivos adecuados para que los individuos dediquen sus esfuerzos a las actividades que llevan al crecimiento económico (North, 1973).

Como se puede ver, estas ideas no se refieren a la mayor o menor existencia de recursos naturales para fundamentar la explicación del crecimiento económico. Hubo países que los tuvieron en abundancia y otros no. Para ellos, la clave estriba en otros elementos más complejos de definir como: la existencia de incentivos, la inversión en capital humano, la reducción de los costes de información, una clara definición de los derechos de propiedad o las expectativas de que las ganancias privadas superen los costes de transacción. El ejemplo histórico nos lo proporcionaría una aproximación a las revoluciones industriales de países como Inglaterra y Holanda o, también, los Estados Unidos.

En un segundo libro del mismo autor (North, 1981) aparece ya, junto a las exigencias de un marco abierto y seguro de relaciones institucionales, otra reflexión superior orientada hacia el problema del conocimiento y la percepción subjetiva de la realidad. Puede entenderse como una influencia del individualismo metodológico que propusieron Hayek y los economistas de la Escuela Austríaca; se acabaron las interpretaciones monolíticas o las políticas económicas teledirigidas y unilaterales: es necesario atender a la pluralidad de los intereses y preferencias que tiene el ser humano. Y en cuanto a las exigencias que propone con su aplicación de esa teoría del Estado, ahora señala tres nuevas sugerencias: el establecimiento de un conjunto de limitaciones a la conducta individual en forma de reglas y reglamentos; un conjunto de procedimientos diseñados para detectar desviaciones y para hacer obedecer las reglas y regulaciones; y la articulación de un conjunto de normas de conducta morales y éticas para reducir los costes de hacer respetar la ley.

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