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La verdad o la vida

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La gente suele decir que quiere saber la verdad y que es sincera cuando habla. Pero lo que a menudo en realidad quiere es pensar, oír o leer cosas que le gusten, que le consuelen, que se correspondan con sus preferencias, que le resulten útiles, que le vengan y le hagan sentir bien, que apoyen sus causas, que confirmen sus prejuicios y sesgos, independientemente de que sean verdaderas o no. Y las limitaciones intelectuales y emocionales no son la única fuente de error y falsedad: el engaño, la mentira y la hipocresía son rasgos muy humanos.

Los seres vivos son agentes cibernéticos que actúan conforme a sus representaciones o modelos del mundo y a la información concreta acerca del entorno que perciben a través de sus sentidos. Las capacidades cognitivas son siempre limitadas e imperfectas: el error es posible.

La competencia evolutiva, mediante generación de alternativas y selección de las más aptas, produce modelos progresivamente más completos, correctos y realistas, y sensores con mayor capacidad y resolución: los organismos conocen gradualmente mejor la realidad y actúan de forma más competente.

Sin embargo, que la capacidad de obtención y procesamiento de información crezca no garantiza que la cantidad de errores necesariamente desaparezca o se reduzca, ya que el entorno tiende a hacerse gradualmente más complejo y difícil de conocer por la propia sofisticación evolutiva de los seres vivos: los organismos son cada vez más aptos pero las tareas que deben realizar son también más difíciles. Además muchos seres vivos no desean ser detectados o comprendidos e intentan activamente confundir a otros para que no puedan predecir o controlar su conducta.

Los animales sociales interactúan mediante procesos de comunicación, con transmisión y recepción de señales o mensajes. Los seres humanos pueden expresar algunas partes de su conocimiento acerca de la realidad de forma simbólica mediante el lenguaje natural, con palabras y frases. Una proposición es verdadera si se corresponde con la realidad, si la representa fielmente, y falsa en caso contrario.

No todas las proposiciones tienen valor de verdad (ya que no todas son descripciones de la realidad), y el valor de verdad no es la única característica relevante de una frase: también importa su precisión (o vaguedad, ambigüedad), su concreción (o generalidad), lo completa que es y la cantidad de información que contiene.

A un individuo le interesa conocer información verdadera relevante para actuar de forma exitosa, teniendo en cuenta sus costes de obtención y procesamiento. La coordinación de múltiples agentes requiere producir, transmitir, recibir y procesar grandes cantidades de información. Las limitaciones cognitivas de los seres humanos hacen que la dirección centralizada de la actividad económica sea muy difícil, especialmente en sociedades extensas, dinámicas y complejas: el socialismo es imposible.

Pero las imperfecciones y límites de la observación, la razón y la comunicación no son los únicos problemas para la producción y difusión de información veraz. No sólo es que no se pueda: también es que no siempre se quiere.

La verdad es a menudo inconveniente: a la presa le perjudica que el depredador la detecte con facilidad, y si puede se esconde o camufla (mimetismo), no indica abiertamente su localización; el depredador tampoco quiere ser descubierto y se acerca en silencio, oculto y en contra del viento; los combatientes intentan confundir y sorprender a sus enemigos; las empresas mantienen secreta su estrategia; los criminales de todo tipo no quieren que se conozcan sus hechos delictivos; el individuo que se avergüenza de algo no desea que se muestre en público; el empleado o colectivo que se escaquea, cumple mal con su deber o incluso sabotea las operaciones, no quiere ser descubierto; los engaños, infidelidades o traiciones se realizan a escondidas.

Los individuos pueden no sólo callar u ocultar la verdad sino también distraer la atención o difundir activamente falsedades útiles para ellos: difamar a los enemigos, hacerse las víctimas, esparcir rumores que destruyan reputaciones ajenas. La capacidad de mentir y engañar sin que se note es una aptitud útil para la supervivencia y el progreso. También lo es la capacidad de detectar mentiras y engaños. Hay espías (y contraespionaje) porque unos desean saber lo que otros no quieren que se sepa.

Como hacer trampas puede resultar beneficioso, los seres humanos son a menudo instintivamente hipócritas: insisten en que los demás cumplan las normas mientras ellos mismos intentan saltárselas cuando pueden y se indignan al ser descubiertos y denunciados.

Una forma de conseguir no ser detectado en un engaño a otros es engañarse a uno mismo creyendo falsedades útiles, especialmente en el ámbito de la moralidad y la cooperación: cada uno es bueno y leal, y dudar de ello es un atentado inaceptable contra su honor; los enemigos son malos y traicioneros, no tienen honor ni dignidad. Para que funcione bien, el autoengaño debe ser inconsciente, automático y no reconocido, de modo que todos niegan engañarse a sí mismos.

La verdad no lo tiene difícil solamente por las relaciones de competencia o enemistad. Los grupos de cooperadores, amigos, familiares, seres queridos, suelen compartir engaños, absurdos y falsedades: no se dicen verdades ofensivas, conflictivas, incómodas; se halagan de forma exagerada; y callan o no denuncian los errores o trampas propios que pueden dañarlos, desprestigiarlos y dejarlos en evidencia; puede haber cadáveres en los armarios y basura bajo las alfombras. Ciertos temas y sus verdades asociadas son de mala educación, falta de cortesía y tacto: eso no se dice, eso no se toca. La inteligencia emocional choca contra la inteligencia analítica: vamos a llevarnos bien, haya paz social, no seamos impertinentes o demasiado listos para nuestro propio bien.

La creencia ferviente en algún absurdo distintivo (supersticiones y dogmas religiosos, ideologías políticas) puede servir como cohesionador, señal de pertenencia, coste de entrada y permanencia y prueba de compromiso y lealtad del grupo. Los colectivos organizados son muy poderosos, y para integrarse en ellos y congraciarse con sus miembros y líderes uno debe adaptar lo que cree y dice, apegándose emocionalmente a ciertas presuntas verdades absolutas (credo de la comunidad de creyentes, doctrina oficial del partido), rechazando radicalmente otras y autocensurando pensamientos peligrosos: eso es tabú, la fe es una gracia, hay que luchar contra la duda y no caer en la tentación de dejar de creer. El librepensador, hereje, heterodoxo, disidente o blasfemo es repudiado, expulsado o eliminado. Mediante la censura y las listas de obras denunciadas o prohibidas el grupo puede impedir que sus miembros lleguen a conclusiones inconvenientes.

Aunque para el conocimiento de la realidad conviene ser escéptico, crítico y consciente de la ubicuidad del engaño y la mentira, algunos individuos llevan su torpe suspicacia demasiado lejos y simplemente sustituyen unas falsedades por otras: es el mundo de la credulidad selectiva (mi versión es la verdad verdadera, no como los disparates de otros) y las conspiranoias (son sólo unos pocos poderosos quienes estafan desde clubes secretos a todos los demás incautos, la verdad está ahí fuera). Por otro lado están todas las pseudociencias, populares falacias que aparentan rigor intelectual: parapsicología, diseño inteligente, ufología, curanderos, etc.

Queda la ciencia como baluarte de la verdad: el ideal científico consiste en conocer objetivamente la realidad generando nuevas teorías e intentando destruirlas para filtrar los errores. Pero los científicos son por lo general seres humanos parciales y preocupados por su propio estatus intelectual y social: aspiran a ser líderes admirados, les cuesta y duele reconocer que se han equivocado, quieren que les den la razón y sufren sesgos de confirmación y autoengaño; a menudo no tienen ideas sino que las ideas son memes atrincherados que los tienen a ellos.

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