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Populismo. Una guía para la ciudadanía

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Los regímenes populistas, en su ansia por concentrar y centralizar poder, aumentarán los problemas. La única defensa que nos queda es la vigilancia.

El populismo se ha puesto de moda. El vocablo, confuso como pocos, ha salido nuevamente a la luz copando portadas y titulares después de un año 2016 sin duda sorprendente. El brexit, la elección de Donald Trump en los Estados Unidos, el ascenso de los movimientos de extrema derecha en Francia o el crecimiento inusitado de partidos de extrema izquierda como Syriza en Grecia o Podemos en España exigen una explicación y la provisión de una herramienta conceptual y teórica con ánimo de mejorar nuestra comprensión como individuos acerca de dichas realidades.

Con ese objetivo, el Instituto Juan de Mariana publica un informe dedicado íntegramente al tema. El susodicho documento de trabajo tiene como objetivo el convertirse en una guía ciudadana para clarificar tanto la definición de populismo como sus distintas dimensiones.

En ese sentido, el texto analiza el fenómeno populista, llegando a distinguir una estrategia populista de la construcción de un régimen populista. Todos somos conscientes de que no es lo mismo el ya fallecido Hugo Chávez y el régimen que este ha diseñado que la Italia de Silvio Berlusconi. A pesar de los problemas, Italia sigue siendo una democracia liberal –no de alta calidad pero todavía democracia liberal-, mientras que la Venezuela que conocemos ha degenerado en un autoritarismo sin escrúpulos. El régimen venezolano anterior a Chávez ha dejado de existir por completo.

Quizás, este ejemplo sirva para mostrar tan importantes diferencias. Todos los políticos a la hora de vender un programa político suelen utilizar estrategias populistas. El Partido Popular señalaba en su programa que bajaría los impuestos. La semana pasada los ha subido irritando a una gran parte de sus votantes. Sin embargo, no todos los partidos que utilizan estrategias populistas desean el poder para diseñar y edificar un régimen populista. Hay diferencias, y repito, aunque todos los partidos políticos utilizan estrategias populistas, no todos construyen regímenes populistas.

Aquel que lo desea surge de un contexto particular y posee unas características claramente identificables. Lo anterior es relevante, pues sin duda podría ayudar a todo individuo interesado en la política –o no- a detectar una amenaza real a la estructura de derechos y libertades.

El populismo poco tiene que ver con la dictadura. Por lo menos al principio. Con el tiempo -que se lo pregunten a los venezolanos o a los nicaragüenses- un régimen populista se puede transformar en lo que el mítico politólogo estadounidense Steven Levitsky define como un autoritarismo competitivo. Posteriormente, incluso, los más radicalizados y sin escrúpulos, como la Venezuela de Nicolás Maduro, se convierten claramente en dictaduras autoritarias. Pero el punto no cambia… Todo populismo posee un origen democrático.

Una pregunta relevante siendo consciente del origen democrático de los regímenes populistas sería… Entonces ¿qué condiciones conducen a la victoria de un populista? Rupnik señalaba que “el populista hace usufructo del descontento”. Por lo tanto, la desafección, el descontento con el desempeño del sistema, motiva la aparición del populista. El descontento ciudadano generalizado es sin duda un elemento a tener en cuenta. Pero ¿es el único? ¿Cuándo podemos decir que estamos frente a una amenaza real? Además de la desafección, sería necesario incluir más elementos en la ecuación.

Si tuviésemos que enumerar los elementos podríamos hablar en primer lugar sobre el liderazgo. Seguidamente deberíamos tener en cuenta el discurso político. De la mano de lo anterior, es necesario diseccionar el programa político que los señalados como populistas presentan ante la ciudadanía. Algo que no deberíamos tener en cuentaaunque pueda parecer contraintuitivo es la ideología. Efectivamente, hay populistas de derechas y populistas de izquierda, pero en esencia, todos son lo mismo.

El primero de los elementos era el liderazgo carismático. El populismo es individualista y posee caras claramente identificables. Juan Domingo Perón en la Argentina, Getulio Vargas en Brasil, personajes como Evo Morales en Bolivia o Hugo Chávez en Venezuela, Heider en su momento en Austria o Marine Le Pen en la vecina Francia. Todos poseen carisma. Todos son políticamente atractivos por su discurso políticamente incorrecto y por su fuerza sobre la tarima.

Otra característica importante es la que tiene que ver con el discurso político. El populista posee un discurso de fusión… Ese líder carismático, esa guía popular, expresa a través de su discurso el deseo de un ente colectivo al que representa en su totalidad. Llámese pueblo, nación, gente, el líder populista cree canalizar todas las demandas de ese ente colectivo pues de ahí mismo dice provenir. Somos conscientes que los populistas de izquierda utilizarán conceptos como el de pueblo o gente –más enfocados en un debate de clase-, mientras que los populistas de derechas apelarán a valores nacionalistas, criticando duramente los flujos “incontrolados” de inmigrantes. Sea como fuere, la idea es que se produce una fusión entre líder y entidad colectiva que facilitará en su momento la concentración y centralización del poder en sus manos.

Por último pero no menos importante, otro elemento clave de los populistas es el discurso polarizante –se desea aumentar la distancia ideológica-, el odio al establishment político de turno y la provisión de soluciones fáciles a problemas complejos. Estos ingredientes suelen aparecer en la mayoría de los casos cuando uno analiza y estudia los programas políticos de estos líderes y sus organizaciones.

Hay algo que todos los populistas tienen en común… Su estatismo y su odio a la libertad individual. Podemos hablar de Marine Le Pen o de izquierdistas como Rafael Correa… Todos odian la visión liberal de la sociedad y todos engrandecen el papel del Estado a la hora de intervenir en el desarrollo natural y libre de dicha sociedad. Los populistas son estatistas y liberticidas y por eso representan una amenaza.

La dinámica populista una vez triunfa es clara… El ambiente político se enrarece y erosiona progresivamente. Los populistas que conquistan el mando logran destruir el sistema de libertades básico, la división de poderes y la identidad liberal democrática del sistema político para concentrar y centralizar poder en su persona y en la coalición ganadora.

Obviamente, la división de poder informal –grupos de presión, organizaciones cívicas de todo tipo, prensa- y la división formal, logran impedir en algunos países el avance de candidatos con ánimo de levantar un régimen populista.

En la actualidad, Europa parece apostar por el populismo. El hartazgo con la clase política, la preocupación por el flujo migratorio y la crisis económica hacen que la ciudadanía opte por una oferta antisistémica y en algunos casos radical que puede llegar a destruir los sistemas liberal-democráticos tal y como los conocemos.

Lo liberales sabemos que la democracia no es un fin, solo representa un medio. Un medio para resolver problemas de naturaleza colectiva de manera pacífica. Nada más. Pero esas democracias liberales fruto de la segunda ola democrática han funcionado aceptablemente durante la segunda mitad del siglo XX. Quizás solo sea necesario volver a pelear por la identidad liberal de estos sistemas abandonando la utopía estatista que ha provocado la crisis económica y política que sufren en la actualidad un gran número de sistemas.

Por el momento, para todos aquellos que creemos en la libertad, la única defensa es la vigilancia. Probablemente los populistas de un color u otro, más que resolver los problemas terminen aumentándolos en su ansia por concentrar y centralizar poder. Como indicaba Lord Acton, “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Todo aquel que desee concentrar poder representa una amenaza. Por ello, es necesario seguir en la batalla de las ideas denunciando a todos aquellos que de un modo u otro desafíen la libertad individual. Como señalaba Thomas Jefferson, “el precio de la libertad es la eterna vigilancia”. Hoy como liberales, más que nunca nos toca vigilar. 

3 Comentarios

  1. Excelente análisis, Eduardo.
    Excelente análisis, Eduardo. No he leído el informe del IJM todavía, pero espero poder hacerlo pronto.

    Creo que deberíamos encontrar otra palabra para los Trump, Berlusconi, Perot, Gil,… No tengo muy claro que ellos tengan mucho que ver con Iglesias, Morales, Chávez, Le Pen, etc. De acuerdo en lo del carisma, no tan seguro en otras coincidencias.

    Un saludo.

  2. Excelente. Ayuda a entender
    Excelente. Ayuda a entender la dinámica de los cambios que se están experimentando. En cada país este fenómeno tiene sus particularidades pero también sus similitudes. Este artículo y el trabajo al que se hace referencia son un llamado a la realidad. Para muchos que se entusiasman, y también para los que se deprimen, con el surgimiento del populismo y la reacción popular ante lo establecido, esto puede servir para encontrar un balance y una explicación más racional a lo que está sucediendo. Creo que lo peor de este surgimiento del populismo son las incorrectas y tremendistas interpretaciones que nos llegan de uno y otro lado

  3. Siento mucho respeto por el
    Siento mucho respeto por el trabajo de Eduardo. Me gustaría presentar mi punto de vista del problema. Tanto los líderes populistas bien descriptos como la democracia moderna han caído en prácticas demagógicas y lejanas al ideal u original -tómese lo que considere más apropiado- modelo de democracia republicana liberal. Los estados se han hecho en uno u otro régimen más poderosos, más opresivos, más pesados para el bolsillo de los contribuyentes. Si los resultados son los mismos, acaso no da lo mismo que se instale un régimen populista arquetípico o una farsa democrática? No es acaso tanto más perverso un sistema que oprime a los ciudadanos de igual modo aunque conserve formas más educadas?


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