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¿Qué hay de lo mío?

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Desde que estalló la crisis, España se está deslizando poco a poco, pero de forma constante y cada vez más creciente, por la deriva del populismo y la demagogia más mezquinos y aberrantes. El famoso dicho ¿qué hay de lo mío? está impregnando la sociedad española desde hace ya casi un lustro. Tras el estallido de la burbuja crediticia e inmobiliaria en 2007, los promotores y grandes inmobiliarias fueron los primeros en reclamar al Estado un "rescate", a costa del dinero de los contribuyentes, argumentando que su caída como "sector estratégico" era intolerable, ya que su colapso acabaría arrastrando al conjunto de la economía nacional. Poco después, el sector del automóvil, otro de los grandes beneficiados por el chorro de crédito fácil y barato propio de la década pasada, utilizó la misma excusa para solicitar ayudas públicas de todo tipo. Un par de años después, y ante la evidencia de que la tormenta no escampaba, la crisis golpeó de lleno a la banca española. Fusiones arbitrarias de cajas, con el respaldo y el aval de la deuda pública, préstamos que luego se convirtieron en ingentes inyecciones de capital y la reciente creación del ‘banco malo’ fueron las herramientas empleadas por las autoridades políticas para salvar a la mitad del sector financiero de una quiebra inevitable. Pero la cosa no terminó ahí, ni mucho menos. La crisis bancaria dejó otros damnificados colaterales a su paso… Titulares de participaciones preferentes, accionistas de cajas de ahorros e hipotecados que ya no podían hacer frente a sus cuotas se organizaron, igualmente, para reclamar lo suyo, alegando todos ellos que fueron víctimas de una "estafa" y un "engaño masivo". El Estado, es decir, el bolsillo de los contribuyentes, debe rescatarlos, alegan.

Por desgracia, el Gobierno, antes el PSOE y ahora el PP, han ido cediendo a cada una de estas reivindicaciones, en mayor o menor medida, redistribuyendo así el coste de la crisis de forma injusta y contraproducente. Se trata de un esquema que, por definición, castiga a los ahorradores y prudentes al tiempo que premia a los irresponsables e incautos. De este modo, asistimos a la reproducción del clásico cuento de la cigarra y la hormiga, solo que en la vida real. Se privatizan las ganancias y se socializan las pérdidas, violando así de forma flagrante uno de los principios esenciales del capitalismo. Veámoslo con un ejemplo ilustrativo:

Juan dejó sus estudios en el instituto atraído por el dinero fácil y rápido que hace ahora una década ofrecía el sector de la construcción. Con apenas 20 años, y sin necesidad de cualificación alguna, ya ganaba cerca de 3.000 euros al mes. Juan, sin embargo, lejos de llevar una vida austera, no ahorró dinero y optó por llevar un buen nivel de vida a base de deuda. Se compró un gran piso de 350.000 euros, bajo la ilusoria creencia de que nunca bajaría de precio, y un buen coche (otros 50.000 euros). El escaso dinero que ahorraba, tras el pago de las consiguientes cuotas crediticias, se lo gastaba en viajes y en cenas. Además, y puesto que aún le sobraba algo, aconsejado por el director de su sucursal y sin tener conocimiento alguno sobre el mundo de las finanzas y la inversión, decidió comprar acciones de un banco, entonces en pleno apogeo, e incluso algunas preferentes para obtener una renta a tipo fijo -se comercializan desde finales de los años 90-. Pero la crisis estalló. Juan perdió su trabajo y empezaron los problemas.

Su vecino Pedro, sin embargo, llevaba una vida diametralmente opuesta a la de Juan. Acabó sus estudios universitarios, hizo un máster en una buena escuela de negocios con el dinero que fue ahorrando durante su época de estudiante -trabajando en vacaciones- y aprendió idiomas. Tras años de esfuerzo y dedicación a formarse, Pedro comenzó trabajando de becario en una multinacional. Durante los primeros años de burbuja, su sueldo era tres veces inferior al de Juan, pero gracias a su buen desempeño fue escalando puestos en el seno de su empresa hasta ser nombrado directivo. Aún así, y pese a cobrar 5.000 euros netos al mes, optó por seguir viviendo de alquiler -se trasladó a una buena urbanización- y llevar una vida austera, sin grandes lujos, a fin de ahorrar de cara al futuro. Gracias a sus conocimientos financieros, eligió un buen fondo de inversión a largo plazo. Llegó la crisis, pero ésta no golpeó a Pedro ya que, si bien la multinacional en la que trabajaba se vio afectada en España, siempre tendría la opción de trasladarse a alguna de sus filiales en el extranjero, mejorando incluso sus actuales condiciones laborales.

Pese a todo, Pedro fue obligado a compartir el reparto de la carga de la crisis. Cuando estalló la recesión, su vecino Juan, pistola en ristre (Estado), le exigió que destinara parte de sus ingresos a avalar la inmobiliaria en la que aún trabajaba para evitar su quiebra; aún así su compañía acabó cerrando y Juan, ya en el paro, obligó a Pedro a sufragar su prestación de desempleo; posteriormente, éste también se vio forzado a colaborar en el rescate de las entidades financieras para salvar el depósito de su vecino; e incluso tuvo que aportar dinero extra para que Juan recuperase sus preferentes, sus acciones y evitar que le desalojasen de su casa por impago de hipoteca.

Juan, que durante los años de burbuja no se privó de nada y vivió muy por encima de sus posibilidades reales, disfrutó plenamente, cual cigarra, de los beneficios obtenidos durante la época del boom económico, mientras Pedro, cual hormiga, iba construyendo poco a poco unas bases sólidas de cara al futuro a base de esfuerzo, ahorro y prudencia. Sin embargo, con la crisis ya encima, Juan saqueó el bolsillo de Pedro para cubrir sus propios errores, manteniendo así buena parte de las ganancias obtenidas en el pasado. Juan ha sido premiado, Pedro, por el contrario, castigado. ¿Es justa esta redistribución de cargas? La respuesta, evidentemente, es no.

Amplíen este enfoque individual a nivel social y comprobarán que éste es el esquema básico que está siguiendo el Estado para paliar la crisis. España cuenta a día de hoy con una de las fiscalidades más elevadas del mundo desarrollado como consecuencia del rescate indiscriminado de empresas y particulares y, por supuesto, del mantenimiento de una estructura administrativa y de gasto público totalmente desproporcionada, propio aún de la época de burbuja. La asfixia que sufre hoy Pedro se debe al auxilio de empresas que deberían haber quebrado (o rescatadas por vías privadas, como es el caso de la banca), a la cobertura de errores de inversión cuya responsabilidad es estrictamente individual (preferentes, acciones e hipotecas), así como al pago de un Estado ingente. La caída de los sectores más beneficiados por la expansión crediticia ha sido amortiguada a costa de empobrecer a los demás, ralentizando así la imprescindible reordenación de la estructura productiva, al tiempo que se subsidia a parte de la población en lugar de liberalizar por completo la economía para que se incorporen nuevamente al mercado laboral cuanto antes, asumiendo, eso sí, el coste de sus malas inversiones. Bajo el lema ¿qué hay de lo mío? no sólo se esconde una brutal hipocresía y demagogia, aderezadas con una creciente dosis de populismo de efectos desastrosos, sino, sobre todo, una injusticia, simplemente, intolerable: que paguen justos por pecadores. 

1 Comentario

  1. Gran artículo. Una
    Gran artículo. Una explicación clara en la que me siento reflejado.
    Cuento mi historia, es solo una más
    Mientras unos dejaban los estudios para trabajar en la construcción yo estudié arquitectura.
    Cuando accedí a mi primer trabajo como arquitecto (con mucha responsabilidad a mis espaldas. Si cometía un error en mi trabajo me podía arruinar), algunos profesionales de la obra cuadruplicaban mi sueldo, pero en más de una ocasión vi como abandonaban la obra al aparecer un problema o encontrar otro proyecto mejor pagado. Con el comienzo de la crisis perdí mi sustento, pero invertí todos mis ahorros en arrancar una empresa. Nadie me ayudó y tampoco pedí ayuda, es mi responsabilidad sacar mi vida adelante, pero mientras hacía esta inversión y esfuerzo (el mayor y más sacrificado de mi vida) escuchaba como pedían ayudas para aquellos que abandonaron los estudios. Ahora después de tanto trabajo he logrado que mi empresa funcione y me siento orgulloso tanto de lo que he logrado como del modo en que lo he hecho. Ahora viene la extrema izquierda a demonizar a los empresarios y a pedir más impuestos bajo la premisa de la redistribución de la riqueza, como si hubiera una ética en arrebatar a una persona el fruto de su trabajo para dárselo a quien frente a la crisis a preferido quedarse en su casa lamentándose y pidiendo ayuda mostrándome que bajo el intervencionismo del estado la sensatez hay que dejarla a un lado y tomar las decisiones leyendo el periódico y estando al tanto de las ocurrencias de la «casta» política. NO QUIERO que decidan por mi, he acertado en todas mis decisiones ( solo yo conozco mis circunstancias y mis deseos), todos mis problemas ( como los de casi toda la sociedad) derivan de las decisiones insensatas sesgadas y partidarias de los políticos.
    «Democracia son dos lobos y un cordero votando por el menú de la cena, libertad es cuando el Cordero tiene las armas para defenderse de la decisión de los lobos», la constitución y las leyes no defienden a las personas trabajadoras honradas y luchadoras de los políticos y mercantilistas, sino más bien al contrario.


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