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Que sus torpezas no nos afecten

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Un político debe ser capaz de predecir lo que va a suceder mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué no ocurrió lo que predijo.

Winston S. Churchill

1917 fue un año prolijo en acontecimientos. Corría el tercer año de lo que más tarde se conocería como la Gran Guerra y el frente occidental que se formó durante un frenético mes de agosto de 1914 se había transformado en una estrecha línea de trincheras que partía Europa desde el Canal de la Mancha hasta Suiza y donde los avances más significativos apenas llegaban, en el mejor de los casos, a unos cientos de metros. El frente oriental donde se enfrentaban rusos contra alemanes y austriacos era algo menos estático pero igual de sangriento. Los muertos y heridos en ambos bandos se acumulaban a ritmos insospechados y la desesperación entre los soldados era algo más que un sentimiento reprimido. El pacifismo que durante el principio de la guerra era un movimiento maldito ganaba adeptos en ambos bandos.

El Kaiser Guillermo no era ajeno a este sentimiento y mientras en el frente occidental se producían huelgas en el ejército francés, lo que obligó a los británicos a ofensivas suicidas para ocultar a los alemanes su debilidad, en el oriental se abrió una puerta que a la larga sería letal. El movimiento bolchevique tenía en Lenin uno de sus pilares fundamentales pero Lenin peregrinaba de país en país a la espera de una oportunidad de entrar en Rusia y arrebatar el poder al Zar. La propaganda bolchevique había encontrado entre tanto descontento a eficientes correos que abogaban por el cese del conflicto como paso previo para la Revolución y militantes bolcheviques como Alexander Helphand ya se habían dirigido en 1915 al gobierno alemán en términos de igualdad de objetivos, la salida de Rusia de la guerra. El Kaiser decidió dar un golpe de mano y desde Zurich y a través de territorio alemán para evitar que las fuerzas de la Entente lo pudieran detener, Lenin fue escoltado hasta territorio ruso en la primavera de 1917, llegando a Petrogrado el 16 de abril. El objetivo del Kaiser y de buena parte de su gobierno se había logrado y la máquina revolucionaria se pondría en marcha.

El emperador Carlos de Austria, que había sustituido a su tío Francisco José tras su muerte, se dirigió al Kaiser en términos de preocupación por lo que podría pasar en otras monarquías europeas si la revolución bolchevique tenía éxito. El Kaiser no parece que se inmutara pensando seguramente que tal circunstancia no era posible en su tradicional Alemania. Todo quedó en una anécdota. Sin embargo, el propio Lenin dijo nada más llegar al futuro Leningrado que “No está lejos la hora en que, ante el llamamiento de Karl Liebbknecht, el pueblo alemán vuelva sus armas contra los explotadores capitalistas”.

Lo cierto es que la Revolución bolchevique tuvo éxito y Rusia se retiró de la guerra dejando a los aliados occidentales en una situación preocupante. Lo cierto es que los últimos coletazos de la guerra y durante las conversaciones de París, una docena de ciudades alemanas incluidas Berlín, presentaban levantamientos bolcheviques, Viena sufrió una “revolución roja” y Bela Kun estableció un gobierno comunista en Hungría durante nueve meses con el terror como elemento fundamental de su política.

A esta incapacidad manifiesta de prever el futuro no fue ajena el propio Lenin. La salida de Rusia del teatro de la guerra no iba a ser un mero formalismo y los alemanes exigieron conquistas territoriales y control de hecho de muchos territorios. La negativa de las autoridades bolcheviques paró la retirada de tropas y los alemanes empezaron a conquistar territorios que antes nunca habían podido soñar. El ejército bolchevique apenas podía hacer frente a nada y la firma de la paz de Brest-Litov fue claramente negativas para los intereses comunistas. Aunque la Gran Guerra terminó formalmente el 11 de noviembre a las 11 de la mañana, hora de París, en el este europeo continuó. El pacifismo de los bolcheviques era una excusa para tomar el poder. La mentira es revolucionaria 

El nacionalismo alemán, que dio sus primeros coletazos en la era napoleónica, alentado y promovido por Prusia, con Bismarck como eficiente arquitecto, ayudó a la creación de Alemania y del militarismo alemán y fue padre del nazismo y padrino de la revolución bolchevique. La incapacidad de ver las consecuencias de sus actos a medio y largo plazo y sólo manejar los beneficios instantáneos es una máxima del político iluminado. Ni Bismarck ni Guillermo II ni Lenin ni muchos que luego los sustituyeron estuvieron a la altura.

A pesar de tan sangriento ejemplo, seguimos viendo como desde el Estado se establecen grandes planes. Por lo general, estamos hablando de predicciones económicas como la inflación o el gasto presupuestario, otras veces de políticas sociales más o menos intervencionistas, rara vez planes quinquenales como los de los chinos y afortunadamente en muy pocos casos, guerras y agresiones violentas como la que llevó a Irak a la invasión del pequeño estado de Kuwait. Si como regla general vemos que son idealistas, verdaderos videntes con sueños de grandeza, quitémosles su principal herramienta para que sus sueños, sus ensoñaciones y disparates dañen al menor número de personas. Hagamos más pequeño el Estado, que la gente coja las riendas de sus vidas otra vez. Que sus torpezas no nos afecten, al menos demasiado.

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