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Robin Hood era libertario

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La figura de Robin Hood es una de las banderas políticas favoritas del socialismo. La supuesta historia de un simpático justiciero que robaba a los malvados ricos para entregar la riqueza a los pobres no ha sido desaprovechada por la familia socialista. La usan como símbolo de la redistribución de la riqueza y de los impuestos progresivos. Es como si hubieran encontrado un manual de fiscalidad socialdemócrata entre las leyendas de la Inglaterra medieval. Con el respaldo de tan heroico personaje no hace falta argumentación, basta con decretar el correspondiente impuesto redistributivo.

En infinidad de ocasiones se ha utilizado la figura de Robin Hood para representar a todo justiciero socialista. El recientemente fallecido Hugo Chávez, por ejemplo, era considerado todo un Robin Hood moderno por sus seguidores, como afirma The Economist. En España también tenemos la suerte de contar con nuestro propio justiciero: Sánchez Gordillo. El héroe andaluz, alcalde de Marinaleda y distinguido sindicalista, fue un fenómeno mediático en todo el mundo cuando asaltó varios supermercados por considerar que no asignaban los alimentos de manera socialista. Por algún motivo, para Sánchez Gordillo lo que mejor representa al concepto de "rico" es un supermercado de pueblo, probablemente por estar formado a partir del perverso término "mercado".

En las últimas fechas el argumento de Robin Hood se está usando para defender lo que parece la inminente llegada a Europa de la Tasa Tobin. En Estados Unidos y Reino Unido, incluso, hay un movimiento denominado Robin Hood Tax que exige la aplicación de dicho impuesto. La Tasa Tobin fue un impuesto propuesto por el Nobel James Tobin que pretendía gravar las operaciones con divisas, argumentando, erróneamente, que disuadiendo a los perversos especuladores se reducía la volatilidad en los tipos de cambio. El propio Tobin se retractó al darse cuenta de la inutilidad de su propuesta, pero eso no ha impedido que todo buen populista siga exigiendo que se saque adelante. No sólo para las divisas, sino para la mayor parte de las transacciones financieras.

Los partidarios modernos de la Tasa Tobin, como el ex ministro socialista Jordi Sevilla en El Mundo o Xavier Vidal-Folch en El País, dan fundamentalmente dos argumentos. La primera es la intención original del propio Tobin: creer que al disuadir las operaciones a corto plazo se reduce la volatilidad. Pero cualquiera que sepa un poco sobre mercados financieros sabrá que, precisamente, lo que hacen los especuladores es dar contrapartida a los inversores a largo plazo. Aportan liquidez y profundidad al mercado, reduciendo el spread entre los precios de compra y los de venta y, por tanto, reducen la volatilidad. Al competir en comprar cuando el precio cae y vender cuando sube lo que se produce es un aplastamiento de la cotización. Es, de hecho, en los valores sin especulación y con pocas operaciones en los que para tomar o deshacer una posición cuesta más encontrar contrapartida, y, por tanto, hay que subir o bajar el precio hasta que la operación case. En pocas palabras, cuantas menos operaciones en un mercado, más volátil es la cotización.

El segundo argumento esgrimido por los pro Tobin nos devuelve al asunto principal de este artículo: Robin Hood. El venerable impuesto quitaría dinero a los odiosos banqueros y especuladores y se lo daría a los pobres. Es difícil pensar en algo más placentero y desestresante que un buen arreón a los culpables de todos los males imaginables mientras se soluciona la pobreza en el mundo. Pero… un momento. ¿Sería esto lo que realmente ocurriría con la Tasa Tobin? En absoluto. Cualquier impuesto sobre una transacción impacta sobre las dos partes, y en un proceso dinámico se repercute sobre quienes están conectados a estas partes. En resumen, quienes principalmente pagarían por esto serían las familias y las empresas, que son quienes terminan estando detrás de los intermediarios financieros. ¿Pero al menos sería por una buena causa? Actualmente la gran discusión en Europa es si lo recaudado va a ir destinado a las arcas de la burocracia comunitaria, o a pagar los irresponsables déficits de los gobiernos miembros. Por enésima vez, la bandera de Robin Hood se agita para terminar sablando a los ciudadanos para pagar a los políticos.

Recomiendo un saludable ejercicio a todo aquel que utiliza el argumento de Robin Hood para defender todo tipo de impuestos: acérquense, aunque sea superficialmente, a la leyenda del forajido inglés. ¿Quiénes eran sus enemigos? ¿Eran los empresarios y los prestamistas? Para nada. Era el Príncipe Juan Sin Tierra. Su brazo ejecutor, el Sheriff de Nottingham, no era un banquero, sino el recaudador de impuestos. En una palabra, el enemigo era el Estado. Según la leyenda, el problema era que el nivel de impuestos era tan elevado que la gente vivía en la miseria. Robin Hood no robaba a los ricos, sino que se dedicaba a devolver a sus legítimos dueños el dinero previamente usurpado por los prohibitivos impuestos. Si hubiera vivido en nuestros días, Robin Hood no habría apoyado a quienes usan su nombre para promover la Tasa Tobin, ni la redistribución de la riqueza. No habría sido partidario del socialismo, sino todo lo contrario. Robin Hood era libertario.

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