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¿Se puede salir de la crisis sin crédito?

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Los problemas de los sistemas financieros de cada país son vistos por la clase política y mediática y, consecuentemente, por muchos ciudadanos, como uno de los principales obstáculos para salir de la crisis que estamos viviendo. Se suceden las reformas del sector bancario en nuestro país; son constantes las referencias a la fluidez del interbancario como signo de evolución de la crisis; y hay una queja generalizada entre las empresas sobre la falta de crédito para su actividad. Parece que no se puede salir de la crisis sin que vuelva a fluir el crédito.

Con tal disculpa, y con la consonante necesidad de restablecer la solvencia de cajas y bancos, los políticos han concedido y siguen concediendo ingentes fondos públicos a las entidades financieras: no hay dinero para nadie, excepto para los bancos, para los que en cambio no parece haber límite.

Y, claro, bancos y analistas financieros nos siguen bombardeando con los peligros de que no funcione el sistema crediticio ("el aparato circulatorio de la economía"), nos convencen a todos y sobre todo a los gobiernos, y consiguen nuevas remesas de millones de euros para sus arcas, mientras a los demás se nos suben los impuestos, se nos reducen las pensiones y se nos empieza a re-cobrar por servicios públicos que supuestamente se pagan con los impuestos antes dichos.

Pero, ¿es realmente necesario el sacrificio? ¿Hasta qué punto es verdad que el crédito es imprescindible para la economía y, por tanto, para salir de la crisis?

La creación de empresas precisa de una inversión que permita al emprendedor acopiar aquellos recursos necesarios para llevar a cabo su idea. Tal inversión o acopio solo se puede hacer a partir de recursos previamente ahorrados, por lo que es evidente que sin ahorro no puede haber inversión.

Ahora bien, el ahorro puede haber sido realizado por una persona diferente del emprendedor. Y éste lo que hace es pedir prestado dicho ahorro a su dueño a cambio de algún tipo de contraprestación. Por ejemplo, participar en gestión y beneficios si el ahorrador entra como accionista; o devolución de principal más intereses si el ahorrador entre como prestamista.

Así pues, se crea un mercado al que los emprendedores acuden con sus proyectos y los ahorradores con sus ahorros, que podríamos llamar mercado crediticio. Y aparecen agentes que se especializan en canalizar los ahorros a los proyectos a cambio de una retribución como intermediario: los agentes financieros, los bancos. En la medida en que este mercado sea eficiente en su funcionamiento, se canalizará mejor el ahorro hacia los proyectos empresariales a menor coste para todos los involucrados.

No perdamos de vista, sin embargo, una cosa: el mercado de crédito es un gran facilitador para los posibles emprendedores. Pero NO es imprescindible para la creación de empresas. Para esto, lo que se necesita es ahorro, propio o ajeno, pero solo ahorro.

Una empresa necesita tanto el crédito como la energía, las telecomunicaciones o medios de transporte. ¿Puede haber empresas sin luz o sin teléfono? Difícil de imaginar, ¿verdad? Pues lo mismo ocurre con el crédito. Nada es imprescindible, pero todo facilita enormemente la tarea. De hecho, cualquier industria viable en el libre mercado lo es porque "facilita enormemente la tarea" de otros individuos, sea como consumidores o emprendedores.

Por tanto, no debería singularizarse la industria del crédito como imprescindible para la salida de la crisis. El mismo razonamiento que se aplica para que los gobiernos den dinero a los bancos se podría aplicar a la industria alimenticia, energética, de transporte o textil: ¿cuánto tiempo duraría el emprendedor en su trabajo si no tuviera ropa que le abrigara y protegiera?

Si esto es así, ¿por qué las empresas contribuyen al coro de quejas de ausencia de crédito? La razón puede tener que ver con el mutuo condicionamiento que se produce por las condiciones de los distintos sectores productivos. Me explico: si la energía o las telecomunicaciones fueran gratuitas, surgirían muchas empresas cuya viabilidad se sostendría en dicha gratuidad. Estas empresas adaptarían su estructura productiva, como muchas otras, a esas condiciones. En el momento en que la energía o telecomunicaciones subieran de precio, todas las empresas deberían adaptarse a la nueva situación para ser viables, pero aquellas que han construido su viabilidad sobre esa gratuidad, posiblemente se verían abocadas a la desaparición.

Algo parecido ha ocurrido con el crédito: gracias a la intervención de los gobiernos (mediante los bancos centrales y la fijación del tipo de interés de referencia), el crédito ha sido abundante y muy barato. Por ello, muchas empresas han adaptado su estructura productiva a estas condiciones. En el momento en que empieza a haber restricciones de crédito (producidas porque el gobierno no deja ajustar el precio), todas estas empresas han de adaptar su estructura o morir, con más riesgo en aquellas que más dependencia tengan. La gravedad de la situación estriba en que prácticamente cualquier actividad económica puede adaptarse a depender del crédito barato (todas las empresas trabajan con dinero), mientras que la dependencia de la energía o de telecomunicaciones es distinta de unos actividades a otras.

No es de extrañar, pues, que muchas empresas clamen por la reapertura de los mercados de crédito, y unan su voz al coro de plañideras del sector financiero. Les hacen así un enorme favor a bancos y cajas, que rara vez se ve devuelto, como lo prueba el que dichas empresas sigan quejándose de ausencia de crédito pese a todas las ayudas dadas a los agentes financieros.

En resumen: por supuesto que es necesario que el crédito fluya libremente para poder salir de la crisis; es tan necesario como que funcione cualquier otro sector económico con demanda real en el mercado. Pero no es imprescindible: lo imprescindible es que haya ahorro, no que haya crédito. Mientras haya lo primero, ya se encargarán los emprendedores de buscar y proporcionar lo segundo, aunque sea sin el actual sistema financiero.

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