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Somalia, ¿anarquía o caos?

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Somalia no tiene un Gobierno nacional formal desde 1991. Tras la caída del dictador socialista Siad Barre las facciones rivales se enzarzaron en una guerra civil, varias zonas pasaron a ser regiones autónomas sin reconocimiento internacional y otras, como la capital Mogadiscio, fueron subdivididas y controladas informalmente por "señores de la guerra". La soberanía de Somalia es reclamada por el Gobierno Federal de Transición, formado por una variopinta coalición de señores de la guerra y líderes tribales. Este Gobierno no tiene ninguna autoridad sobre la mayoría del país y no ha sido capaz de recaudar impuestos todavía.

Somalia es reivindicado como ejemplo tanto por algunos anarco-capitalistas como por sus críticos. Para los primeros Somalia es una prueba de que el anarco-capitalismo es viable mientras que para los segundos demuestra que tiene resultados tercermundistas. Hay una tercera posibilidad y es que Somalia no sea un retrato fiel de una sociedad anarco-capitalista y no sirva como ejemplo a ninguno de los dos.

El anarco-capitalismo según sus proponentes es un sistema en el que todos los servicios son provistos por el mercado, no hay impuestos sino precios que se pagan voluntariamente, y nadie detenta el monopolio de la fuerza en un determinado territorio. Pero en muchas áreas de Somalia no hay empresas de protección compitiendo entre ellas por clientes sino señores de la guerra con monopolios locales y con capacidad para cargar ciertos tributos. En una sociedad anarco-capitalista la ley es un bien de mercado y su contenido obedece a la demanda de los consumidores. Para que el anarco-capitalismo tenga el resultado liberal que defienden sus valedores la mayoría de la población debe tener inclinaciones liberales y demandar leyes inspiradas en estos principios, y no parece que se cumpla esta premisa.

Pero Somalia tampoco encaja como ejemplo de una sociedad estatista. No hay un monopolio de la fuerza sobre todo el territorio. Hay milicias locales pero su control no es del todo efectivo ni tan intrusivo. No hay regulaciones ni licencias, y los tributos que se cobran por algunos servicios son muy reducidos. Existe, además, un sistema de ley consuetudinaria tradicional denominada xeer que tiene muchas similitudes con la common law anglosajona. El antropólogo liberal Spencer MacCallum señala que en la xeer los crímenes están definidos en función de los derechos de propiedad, la justicia criminal está orientada a compensar a la víctima, y sus preceptos se oponen a cualquier forma de impuestos. Según MacCallum la xeer y su sistema de resolución de disputas (ligado a una estructura descentralizada de clanes de libre adscripción) ha permitido que sea posible la actividad económica y el desarrollo en Somalia.

Somalia parece estar a medio camino entre la anarquía y el equilibrio tenso entre diversas milicias o mini-Estados, todo ello en el contexto de una sociedad pauperizada tras décadas de socialismo duro, con fuerte conflictividad social e importante arraigo islamista. Un escenario un poco extremo para poner a prueba el anarco-capitalismo. No obstante, la realidad es menos negra de lo que asumen quienes utilizan Somalia como ariete anti-anarcocapitalista, y fuentes tan poco sospechosas de anarquismo como The Economist o el Banco Mundial se han sorprendido de los progresos de Somalia en ciertos sectores en ausencia de un Estado formal.

Peter Leeson estudia 18 indicadores sociales y económicos durante el período anterior y posterior a la caída del gobierno de Barre y concluye que los somalíes están mejor sin Estado que con Estado. Bajo el régimen de Barre la libertad de viajar estaba severamente restringida. La libertad de expresión a menudo se castigaba con la muerte. Hoy en día los somalíes son libres de viajar donde quieran (los límites los ponen los otros Estados) y aunque sigue habiendo intimidación contra periodistas por parte de los distintos grupos armados hay más libertad de expresión y más medios de comunicación privados. En el ámbito judicial, las disputas se resuelven de forma más rápida por árbitros y tribunales privados, y en ausencia de Estado no hay tanta corrupción ni presiones políticas. Bajo el gobierno de Barre la "justicia" era pura represión contra el disidente.

Leeson también compara el progreso de Somalia en su período anarquizante con el de sus vecinos estatistas, Kenya, Djibuti y Etiopía. En la mayoría de indicadores Somalia muestra mayores progresos. Ben Powell compara las condiciones de vida en Somalia con la de 42 otros países sub-saharianos antes y después de la caída del Estado central. Las condiciones de Somalia mejoraron en términos absolutos y en general han mejorado por encima de la media de los demás Estados sub-saharianos.

El sector de las telecomunicaciones de Somalia es uno de los más desarrollados de África oriental. La enérgica competencia ha reducido los precios por debajo de los niveles típicos africanos y el número de teléfonos fijos y móviles por habitante supera el de la mayoría de países. El sector aeronáutico cuenta con 15 compañías, 60 aviones y 6 destinos internacionales. En 1989 había una compañía nacional, un avión y un destino internacional. El agua, la electricidad, la educación o la sanidad están siendo provistas por empresarios. La escasez sigue siendo rampante pero la oferta de estos servicios ha aumentado y es dudoso que un Estado fuera a hacerlo mejor. En el actual contexto resulta demasiado costoso para un empresario privado invertir en carreteras y cobrar peajes, pero las autoridades municipales de Berbera-Hargeisa recaudan peajes y tampoco los invierten en el mantenimiento de las infraestructuras.

Para los estándares occidentales Somalia sigue siendo un país tercermundista, violento y repleto de miseria. Pero una crítica honesta de Somalia como ejemplo imperfecto de una sociedad sin Estado no puede reducirse a un "si tan genial es el anarco-capitalismo por qué no te vas a vivir allí". Primero porque no está claro que Somalia se ajuste a la definición de anarco-capitalismo. Y segundo, porque si se quiere evaluar un sistema político frente a otro hay que comparar su aplicación en escenarios similares (social, económica y culturalmente). Si queremos estudiar si una dieta para adelgazar es mejor que otra no es serio probarlas respectivamente en un sujeto obeso y uno flaco y luego, aunque el obeso adelgace más que el flaco, decir que la dieta del obeso no funciona porque aún está mucho más gordo que el flaco. Somalia sigue siendo muy pobre y lo seguirá siendo por todo el bagaje social, económico y cultural que arrastra. La cuestión es si Somalia está mejor sin Estado de lo que estaba con Estado. Y si en otros países, con otro bagaje histórico, también estaríamos mejor sin Estado.

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