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Stagnularity. ¿Puede la innovación sobrevivir al regulador?

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¿Estamos ante una explosión de las tecnologías (R. Kurzweil) o ante una desaceleración de las mismas (P. Thiel)?

Stagnularity es la palabra que mejor define la paradoja de la tecnología. ¿Estamos ante una explosión de las tecnologías, como explica el futurista Ray Kurzweil a través de la “Singularity”? ¿O estamos ante un estancamiento, “Stagnation” o desaceleración de las mismas, como dice Peter Thiel, el brillante inversor de FaceBook y fundador de PayPal?

A partir de los años setenta, Occidente se ha dotado de todo un espectro de aversión al riesgo, burocracia, ecologismo, cambio climático, agoreros del fin del mundo, lobbies y grupos de interés. Francotiradores parapetados tras la normativa y dispuestos a matar la innovación o, al menos, a hacerla más lenta.

Yo todavía no he visto ningún robot andando por la calle, pero ya hay en quien pide urgentemente la creación de una nueva agencia americana que los regule por si acaso. Y hasta le ponen nombre. Se llamaría La Federal Robotics Commission.

Ryan Calo, profesor de derecho de la Universidad de Washington, así lo exige a través de la Brookings Institution.

Incluso Stephen Hawking firma, entre otros, un ambiguo paper previniéndonos de los posibles peligros de la todavía inexistente Inteligencia Artificial.

Coches sin conductor, drones sin piloto, cirugía sin cirujano. Ryan Calo no puede dormir bien, todo esto le parece intolerable. ¡Hay que regularlo!

Una paradoja.

La ciencia acelera. La tecnología se ralentiza.

La tecnología es la cristalización de la ciencia en bienes y servicios que podemos usar de forma práctica. Para que una idea pase del campo de la ciencia teórica al de la técnica hacen falta grandes inversiones en bienes de capital y de ingenio empresarial.

Vaya por delante que las tecnologías de la información son la excepción. Disfrutan (por ahora) del favor de la sociedad y sus gobernantes, avanzan a toda máquina y no están tan reguladas. Pero por muy entretenidos que estemos con nuestro iPhone, antes necesitamos energía, transporte, medicinas, vivienda y seguir extendiendo la revolución verde que nos alimenta cada vez mejor.

El incoercible principio de prudencia

Cuanto más nos mima la tecnología, más nos quejamos de ella. La aversión al riesgo de la sociedad no para de crecer en vez de insaciables “tecnóvoros” de alimento científico.

Cada vez somos más escrupulosos e intolerantes con cambios en nuestro statu quo. Será, más bien, que vamos subiendo peldaños por la pirámide de Maslow y cada vez nos asusta más el riesgo al cambio.

Y, para “protegernos”, burócratas y cuerpos legislativos nos dicen: “Prohibido innovar. Primero pide permiso”.

¿Pedir permiso para innovar?: Imagínese a los hermanos Wright esperando a que la Federal Aviation Administration aprobase su primitivo avión, a Louis Pasteur o a Alexander Fleming aguardando décadas el beneplácito de los reguladores mientras sus pacientes mueren, a James Watt y George Pullman armándose de paciencia frente a una Federal Railroad Administration, o bien a George Westinghouse con sus proyectos de distribución de corriente alterna languideciendo durante años ante los burócratas de un Departamento de Energía.

Afortunadamente para la humanidad, estos inventores y otros muchos nacieron antes de que les crearan un ministerio o agencia que les paralizase. Pero a fecha de hoy ya no tenemos tanta suerte.

Neomaltusianismo de salón: Parón nuclear, ataque a los combustibles fósiles, nada de organismos modificados genéticamente. Los insecticidas que salvaron a Occidente de la Malaria casi ilegales, los nuevos antibióticos paralizados durante décadas para que el burócrata de turno estampe su firma permitiendo su uso.

El Estatismo desmedido.

Ciento cincuenta años de desarrollo científico desbocado nos han dejado exhaustos, inapetentes. ¿Ya no queremos más? ¿Es que la tecnología tiene una utilidad marginal decreciente?

No es que hayamos recogido los frutos más accesibles del árbol de la ciencia y el resto sea más difícil de alcanzar. Los frutos siempre son igual de accesibles porque la propia ciencia genera las “escaleras” y aúpa sobre los hombros de generaciones de previos investigadores a los nuevos científicos.

Más bien es la concomitancia de intereses entre algún grupo que ve afectados sus intereses y el regulador celoso de aumentar su esfera de influencia (y su puesto de trabajo) lo que va destruyendo esas escaleras con la excusa de protegernos de los terribles perjuicios y peligros para la humanidad: El medio ambiente, la desolada antártica, el pH del mar, la contaminación espacial, o si hiciese falta la salud de los extraterrestres.

La propensión de la sociedad a innovar disminuye con la renta.

Asistiremos a grandes incrementos en el PIB mundial. El conocimiento técnico occidental se expandirá y replicará por las regiones menos desarrolladas del planeta. La productividad en esas regiones irá creciendo más deprisa que en Occidente gracias a la tecnología que les pasamos y a nuestra creciente aversión a nuevas técnicas. Por eso la desigualdad entre el primer mundo y el tercero va disminuyendo y aproximándose lentamente al PIB per cápita de Occidente.

Nos queda el mundo de los Bits. En tecnologías de la información sí que seguimos siendo enormemente productivos. ¿Seguirá esto así mucho tiempo? ¿O alguien empezará a verle pegas? Falta de intimidad, intromisión de la administración en la vida privada, fiscalización del individuo, entre Google y el Estado lo saben todo de ti…

La ciencia y la tecnología son procesos de prueba y error inherentemente arriesgados. Solo podemos recolectar sus frutos con menos estatismo, menos regulación y más tolerancia al riesgo.

En un futuro no lejano tendremos que elegir: Productividad o prudencia. Singularidad o estancamiento.

1 Comentario

  1. Magnífico artículo.

    Magnífico artículo.
    Y lo peor es que no le falta razón.
    Un saludo.


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