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El belén es nuestro

Publicado en El Cato

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¿Serían capaces los fieles de arrimar el hombro y mantener una Iglesia independiente del poder político?

Reconozco que me encanta provocar. No hay mala intención ni ganas de sublevar a nadie, solamente intento medir el pulso de la gente. El domingo pasado escribí un comentario en mi muro de Facebook en el que señalaba lo deleznable de las declaraciones de Eduardo García Serrano en Intereconomía referidas a Manuela Carmena tras su propuesta de no poner el belén del Ayuntamiento esta Navidad: “Hay que ser muy burra para quitar el belén del Ayuntamiento de Madrid. Hay que ser muy borrico para estirpar la Navidad. Hay que ser tan borrico como Stalin, como Lenin, como Mao Tse Tung, como Pol Pot. Hay que ser muy bestia para querer cargarse la Navidad.(…) Pero esta señora, ¿qué pretende? ¿rememorar a La Pasionaria? Hacia Belén va una burra cargada de chocolate, de chocolate para fumar, porque hay que fumar mucho chocolate para hacer estas burradas.”

Deleznables en mi opinión porque, excepto insultar, no aporta nada al tema en cuestión, que se resume en la pregunta: “¿Debe el ayuntamiento de Madrid exponer un belén de Navidad siendo la capital de un país aconfesional?”.

Los fans y los antifans de la Navidad

No voy a explicar que eso no implica “estirpar” ni la Navidad ni nada. Me voy a centrar en la reacción de la gente a mi comentario que fue el siguiente: Le moleste a quien le moleste, España no es un Estado católico. Ni la Comunidad, ni la ciudad de Madrid. El que quiera Belén que lo pague. Algunas personas se dieron cuenta de que no es cuestión de dinero porque el ayuntamiento de Madrid tiene un belén fantástico (me recordaron que es realmente una obra de arte) y que los funcionarios del ayuntamiento lo colocan cada año encantados de la vida. Obviamente, mi frase llevaba a pensar si debe cada creyente financiar el culto, edificios, etc. de su propia religión, y por tanto, si tiene sentido el Concordato con la Santa Sede o no. Para unos es cuestión de saldo monetario a favor o en contra (“la Iglesia le hace un favor a la sociedad”) para otros es un tema de mayorías y otros se remontan al imperio que fuimos hace ya unos siglos gracias a la religión católica según ellos.

Otros apoyan que no pongan el belén porque la Navidad ha dejado de tener el significado público que un día tuvo y ya se ocupa cada familia o establecimiento privado de poner el suyo. ¿Para qué? Y menos con en una sociedad como la madrileña donde cada vez hay más de todo.

Déficit de atención y diversos resbalones

Es cierto que, como me recuerda mi amigo Alejandro Chafuen, en los países donde se han eliminado los símbolos religiosos de la Navidad, se han impuesto otros símbolos paganos pero que recuerdan también el tiempo cristiano, como el árbol con la estrella en lo alto. Y en Madrid, los adornos luminosos también caen en lo mismo. Así que, como algunos decían, o todo o nada, empezando por eliminar los días de fiesta.

Ni cuando el PP subió 30 veces los impuestos he visto tanta cólera popular. Con la de cosas criticables en la gestión de Carmena y lo que más duele es el belén. Como si la Navidad fuera solamente el símbolo. Y ahí tienes a varios comparando el tema con la cabalgata por el Orgullo Gay subvencionada por el ayuntamiento; acusando a los ateos y creyentes en religiones minoritarias de odiar a los católicos (“Cristofobia”, dicen); insultando y doliéndose porque en mi espacio de Facebook expreso mis ideas. Un espectáculo.

Pero sigo sin saber si todos esos que defienden el símbolo de la Navidad, todos los que se ufanan por las glorias imperiales pasadas, todos esos que montan el drama por un “quítame allá esas pajas” (o esos belenes en este caso), serían capaces de financiar la Iglesia de la que tan orgullosos y devotos se muestran. Si se diera el caso y se anulara el Concordato, se le pagara a la Iglesia los servicios que presta, pero se le quitaran los privilegios de que disfruta, ¿serían capaces los fieles de arrimar el hombro y mantener una Iglesia independiente del poder político?

Si la respuesta es no, ya está dicho todo. Y si es que sí… ¿a qué esperan?

 

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