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El cepo político español

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¿Los votantes del PSOE quieren que Sánchez gobierne con un vicepresidente que desprecie a su partido y le humille públicamente?

El pasado viernes fue uno de los más sobresaltados e interesantes políticamente. El anuncio de Pablo Iglesias de que iba a ofrecer a Pedro Sánchez su apoyo a cambio de la vicepresidencia del gobierno y algunos ministerios estratégicos, más la creación del ministerio de plurinacionalidad, abrió la secuencia de anuncios. Pedro Sánchez salivaba imaginándose ya presidente mientras la plana mayor de su partido se alzaba en los medios de comunicación, unidos como antes no lo habían estado: Felipe González, Alfonso Guerra, Alfredo Pérez Rubalcaba, Joaquín Leguina, lo mejor de cada casa. Eché de menos a Zapatero. Eso sí.

Para colmo, Pablo Iglesias, que se vino arriba como una clara montada a conciencia, echaba vinagre en la herida afirmando que la presidencia de Pedro Sánchez era una sonrisa del destino que le tendría que agradecer de por vida. Vamos, le faltó estirarle los calzoncillos y subírselos por la cabeza. Pues con todo y con eso, Pedro afirmaba con media sonrisa que su electorado quería un pacto PSOE+Podemos. Y, claro, como cualquier folclórica que se precie, Pedro se debe a sus fans. Lo de mirar las necesidades reales de la sociedad lo dejamos ya para otra ocasión.

La ingobernabilidad aritmética

Aunque muchos consideren que no pasa nada porque no haya gobierno, que el gobierno en funciones puede seguir haciendo lo mínimo imprescindible y la cosa marcha, y aunque sea cierto, creo que no es lo mejor a día de hoy. Sobre el papel y de manera estrictamente funcional, todos sabemos que no hace falta el beso de buenos días y de buenas noches del gobierno para que las fábricas trabajen, se iluminen las calles y las cosas funcionen. Es más, muchos ya sabemos que la estructura institucional que llamamos «Estado» podría reducirse (y el gasto correspondiente) no solamente sin perjuicio sino que con beneficio para todos, especialmente para los menos favorecidos. Por la misma razón que reclamamos menos gasto del gobierno, para que no recaiga sobre los hombros de los trabajadores.

Pero no es eso lo nocivo de nuestra situación, sino la incertidumbre. La incapacidad de llegar a un acuerdo al que muchos otros países de nuestro entorno ya habrían llegado, transmite muchas cosas. Primero, la poca fiabilidad de muchos políticos españoles que no dan la talla y se muestran obscenamente obsesionados por la caza del sillón. Segundo, la posibilidad de que se produzca una «carmonada» (en honor a Antonio Miguel Carmona que renunció a la alcaldía para cederla a la candidata presentada por Podemos, Manuela Carmena, porque para él cualquier cosa es mejor que pactar con el PP). Ambas cosas generan una inseguridad enorme en los posibles inversores, que nos miran con el rabillo del ojo mientras gestionan temas como del petróleo o China. Y España no está fuera de peligro desde el punto de vista económico. Dependemos mucho de lo que pase en el resto de Europa, no estamos creando puestos de trabajo de calidad, no lo estamos haciendo tampoco a un ritmo que asegure el futuro más inmediato. Nuestra economía es aún frágil, y estas incertidumbres no son lo mejor para salir adelante.

Así las cosas, el intercambio de sillones, favores, puestos y apoyos se me antoja de una frivolidad inaudita.

El mensaje del pueblo español

Y lo que me parece aún peor es interpretar los votos en función de la ambición personal, como hace Pedro Sánchez. ¿Los votantes del PSOE quieren que Sánchez gobierne con un vicepresidente que desprecie a su partido y le humille públicamente? ¿Qué se desprende del resultado electoral?

Para empezar, que la gente ya no quiere que gobierne un único partido. Es más, tampoco quiere que gobiernen dos partidos. Para salir investido, todos van a tener que hacer de tripas corazón y tragarse algún «sapo»: el independentismo, los desprecios de Podemos o pactar con tu peor enemigo. Pero cuando digo «todos» no me refiero a los candidatos sino a los partidos. Es decir, dada la fractura interna en el PSOE, que probablemente es similar a la del PP, el pueblo español en las urnas ha forzado que los candidatos no puedan dejarse llevar por su soberbia y tengan que aceptar lo que sus «barones» impongan.

¿Qué alternativas nos quedan? O se ponen de acuerdo con el de la trinchera de enfrente o vamos a elecciones de nuevo. Y eso, a pesar de las miles de hipótesis que se barajan como seguras, nos dejaría con una incertidumbre enorme respecto a qué va a pasar con los apoyos a los partidos, con los votos del miedo, y el hastío de la gente. Y además, nos dice que de alguna manera la gente voto «mal».

La ventaja para mí es que aunque perdería una apuesta, tendría ocasión para quedar de nuevo con mis amigos de la «porra electoral» y libremente perder otra por ingenua.

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