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Enrocados

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Aprovechando el estreno del nuevo Diari Menorca el domingo les conté quiénes somos “los que vivimos”. Algún lector quiso malinterpretar el título y pensó que éramos unos vividores. No es el único: a menudo me llegan mensajes insultantes de alguien que no está de acuerdo con mis opiniones y que, en no pocas ocasiones, ni siquiera ha comprendido lo que quise decir. Muchas veces no hacen ni el intento. Leen con la mente cerrada. Hay palabras, expresiones y referencias que no conocen. Creen que leer es juntar letras en palabras y palabras en frases, lo de la comprensión parece que ya no se lleva.

El diálogo de besugos es habitual en los parlamentos. Se da por hecho que van (los que van) sólo a calentar la silla, a leer lo que otros escribieron en un papel y a hacer que no con la cabeza cuando hablen “los otros”. No escuchan, no argumentan, no rebaten, no reflexionan. Que el modelo se reproduzca a pie de calle es más preocupante. Ya sabemos que los políticos no nos van a sacar de esta crisis; no está entre sus prioridades, no es su función. Lo que también empieza a quedar claro es que la solución tampoco pasa por las manos de “entidades”, de “grupos ciudadanos” ni de “organizaciones”. Como dijo Mark Twain, cuando te veas en el lado de la mayoría, es hora de detenerse a reflexionar. Así que la clave está en la minoría. Y la minoría más pequeña del mundo, ya saben, es el individuo. De modo que sólo el individuo tiene la posibilidad (y la responsabilidad) de escapar del bucle que otros han creado.

Va siendo hora de reinventarse. Dejar de esperar que alguien llame a la puerta para ofrecernos un trabajo y crear uno nuevo. Dejar de esperar que se sigan encadenando las ayudas públicas y empezar a creer que somos capaces de hacernos cargo de nosotros mismos. En la medida de lo posible, uno debe desprenderse del Estado dejando de usar sus pésimos servicios, buscando nuevas salidas hacia la libertad y la responsabilidad individuales. Para ello, claro, es imprescindible el despertar de la conciencia, lo cual no es fácil cuando uno ha estado toda su vida a merced del Estado, adormecido gracias a su excelente sistema educativo, anestesiado por los medios de “comunicación” y envilecido, en definitiva, gracias al paternalismo estatal calladamente aceptado.

El despertar a menudo es doloroso. La madre que descubre que están adoctrinando a sus hijos; el trabajador que descubre que le están quitando más de la mitad de lo que en realidad produce; el enfermo cuyo vida peligra y debe buscar alternativas; cualquier ciudadano que consigue deshacerse del embrujo del Sistema y que, lejos de agachar la cabeza decide cuestionarse algunas cosas, buscar datos, contrastarlos, escuchar a otras voces y, finalmente, pensar y decidir por sí mismo. Cualquiera de esos ciudadanos tiene en su mano el poder de salir de este hoyo que algunos siguen cavando. Podemos cambiar las cosas si dejamos de esperar a que otros las cambien por nosotros y si dejamos de esperar que otros nos den la razón por la fuerza. Pero para ello hay que pensar, leer, comprender, argumentar, debatir. Y no hay debate posible si la mente está cerrada y los prejuicios enquistados. No hay debate posible cuando una de las partes está enrocada en su posición, algo más habitual de lo deseable y absurdo hasta el ridículo cuando se da en ambas partes. Se llega a crear un clima de guerra fría, de terror, en el que se amenaza, a veces veladamente, a quien piense de forma diferente, a quien se atreva a tener su propia opinión y a discrepar de la sacrosanta mayoría y, más aún, se atreva a decirlo en voz alta. En este contexto es donde adquiere sentido el concepto de “los que vivimos”, los que luchamos contra el Estado y las pseudo-dictaduras, oficiales o no.

Pero para eso seguimos escribiendo; para que haya voces diferentes; para que podamos dejar de hablar de “pluralidad” y “diversidad” y empecemos a vivirlas. Seguiré escribiendo a pesar de los insultos y de las críticas gratuitas. Seguiré confiando en que sí haya lectores que mantengan la mente abierta, aunque no siempre entiendan lo que digo. A veces hay lectores que sí comprenden el texto pero no están de acuerdo con el fondo, con las ideas expresadas, con las opiniones. Eso está bien, es la gracia que tiene la humanidad: que todos somos diferentes y tenemos capacidad de raciocinio, que podemos llegar a conclusiones diferentes, tener opiniones dispares y, como decimos en menorquín “entre tots feim el món”. El conflicto llega cuando se manipulan, se tergiversan o incluso se niegan los hechos. El sesgo de confirmación está a la orden del día: la tendencia a dar validez únicamente a aquella información que confirma las creencias preexistentes ignorando todo lo demás.

Conozco a varias personas que, en su día, también escribieron columnas de opinión o blogs personales (que, para el caso, es lo mismo) y dejaron de hacerlo porque se cansaron de ser malinterpretados, insultados e, incluso, de tener que aguantar que gente antes querida los dejara de saludar por la calle, en el mejor de los casos o, en el peor, los increpara. ¡Y es que es tan cómodo no pensar! Elegir a alguien como líder de opinión, creerle a pies juntillas diga lo que diga y repetir sus consignas como un papagayo. Porque muchas veces se limitan a difundir consignas, que lo de construir un argumento da demasiado trabajo; habría que poner el cerebro a trabajar y eso, quién sabe, quizás duele.

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