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¿Tiene rival Marine Le Pen?

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Marie Le Pen parece haber encontrado en Emmanuel Macron la horma de su zapato.

Marine Le Pen ha lanzado finalmente su propuesta para convertirse en la primera presidenta de Francia de la historia. Ha dicho a los franceses que están en el dilema de elegirle a ella y optar por la civilización o permitir que ésta siga su camino de autodestrucción con cualquier otro candidato. Una boutade, claro, pero le puede llevar al Elíseo. 

La elección, es verdad, es entre ella y el resto. Es inevitable que sea así, pues durante décadas ha funcionado el “frente republicano”: un pacto político entre izquierda y gaullistas para orillar al Frente Nacional y expulsarlo del Parlamento; algo que se puede hacer gracias al sistema de elección francés, uninominal a dos vueltas. Pero Marine Le Pen ha tenido el talento político para darle la vuelta a la situación.

Por un lado ha matado al padre, en una freudiana estrategia política que le permite ampliar su base electoral. Ha eliminado el antisemitismo y las referencias históricas (Vichy, OAS y demás) que no seducen a los votantes de hoy y suponen una rémora. Por otro, le ha dado una mayor coherencia a su mensaje; lo ha focalizado en la amenaza islamista, el nacionalismo económico y la defensa del Estado de Bienestar. Y, por último, ha envuelto a todos sus rivales políticos en una única bandera: el globalismo. Y tiene de su lado la ruina política del stablishment, del que su partido ha sido expulsado de forma sistemática. 

El Frente Nacional proclama “la prioridad de los intereses nacionales sobre la corrección política, el globalismo y la identidad europea”. Siguiendo las 144 propuestas del programa nos podemos hacer una idea más exacta de cuáles son sus planes para Francia y Europa. Pretende sacar al país de la eurozona, volver al franco y recuperar el control político del banco central. Quiere acometer grandes inversiones industriales con dinero público y aumentar también el gasto en programas sociales. Lo financiaría con la emisión de nuevos francos; es decir, la odiosa inflación. 

Quiere sacar al país de Shengen y recuperar la policía aduanera. Identifica la frontera con una barrera, tanto para la llegada de inmigrantes (los limita a 10.000 por año) como de bienes, servicios y capitales. Impedirá que las empresas francesas caigan en manos extranjeras, impondrá un impuesto sobre los trabajadores extranjeros. Acuña el oxímoron “proteccionismo inteligente” para defender un rearme arancelario, la subvención a empresas no competitivas y la devaluación de la moneda. El suyo es un programa nacional-keynesiano-fascista que ha fracasado infinidad de veces, varias de ellas en la propia Francia, y que volverá a fracasar estrepitosamente si Le Pen logra implantarlo.

Está dispuesta a mantenerse dentro de la Unión Europea, pero la lógica de sus palabras colocan en una disyuntiva excluyente la pertenencia a la UE y su coherencia política. Quiere sacar a Francia de la OTAN, pero está dispuesta a que su país pague la factura correspondiente, aumentando el presupuesto militar el 3 por ciento del PIB. Y perseguirá al islamismo sin concesiones.

La carrera para ser el otro candidato está muy accidentada. El gaullismo se cambió el nombre a Los Republicanos, en un intento de acercarse al discurso de Le Pen hija sin desasirse de su tradición ni del establishment político. Eligió como candidato, en unas primarias multitudinarias, a François Fillon; gris, conservador, y con la gran virtud de no participar de los escándalos de otros gaullistas. Hasta que ha saltado el suyo propio: Contrató a su mujer como asistente parlamentaria entre 1998 y 2007. También contrató a sus hijos, alegando que eran abogados, y en realidad todavía no lo eran cuando los eligió. En total ha logrado que su familia ingrese más de un millón de euros del Parlamento francés. El asunto ha ido creciendo a medida que el interés de los votantes por él caía en picado. Se ha visto obligado a reconocer su error en público, pero sigue a pique en las encuestas. Ya desesperado, ha pedido que se ponga fin a la investigación “ilegal” de su mujer. De ser el seguro ganador, según las encuestas, ha pasado a una tercera posición. 

Antes de que Sarkozy, que siempre se ha postulado como el salvador de Francia, pensase en volver a sacrificarse por la república y ocupar el lugar de Fillon, saltó la noticia de que tendrá que enfrentarse a los tribunales por fraude electoral en su campaña de 2002.

Las primarias socialistas, sin apenas participación, descartaron a Manuel Valls en favor de un Benoît Hamon desconocido, y que asume un programa económico que podría estar firmado por Marine Le Pen. Le llaman “el Jeremy Corbyn francés”, lo que da una idea de sus posibilidades de éxito. 

Queda aún otro socialista o, por ser más precisos, afiliado al Partido socialista. Se trata de Emmanuel Macron, ex ministro de economía, quien se presenta al margen de su partido. Ha ido escalando en las encuestas hasta ser, en estos momentos, la alternativa a Le Pen. Hay quien lo sitúa a la derecha de Fillon. Lleva su apellido una ley que se acerca a nuestra reforma laboral de 2012. Últimamente ha tenido que salir ante los medios desmintiendo su homosexualidad; un asunto que no parece que vaya a restarle votos.

No hay dos elecciones iguales, pero está claro que estas tienen un carácter especial. Como señala Ignacio Molina, analista del Instituto Elcano, entre Le Pen y Macron “sólo suman 2 de los 577 diputados de la Asamblea Nacional”. Yo creo que Marine Le Pen tiene opciones reales de ganar la presidencia de Francia, a pesar de tener su propio caso de fraude electoral. Pero parece haber encontrado en Emmanuel Macron la horma de su zapato.

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