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Piketty y Jane Austen

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Lo que describe Austen en sus novelas es precisamente todo lo contrario a ese mundo “socialmente inmóvil” que el economista francés se empeña en hacernos creer.

Les anunciaba el mes pasado el cierre del Ciclo de Conferencias sobre Desigualdad y pobreza, organizadas en Madrid por el Centro Diego de Covarrubias. Efectivamente, lo clausuró el profesor Carlos Rodríguez Braun con una entretenida charla: “Distorsiones de Piketty sobre la desigualdad a través de las novelas de Jane Austen”.

Economía y literatura son dos aspectos de la acción humana que tienen más que ver entre sí de lo que muchas veces pensamos. Lo han analizado hace poco varios profesores, entre ellos nuestro ponente, en un libro con este mismo título editado por Luis Perdices y Manuel Santos, de la Universidad Complutense. Pero junto a ese trabajo, serio y muy bien documentado, nos podemos encontrar con versiones tergiversadas; como denunciaba Rodríguez Braun del uso que hace Thomas Piketty de la novelista británica Jane Austen en su (demasiado) famoso libro sobre el Capitalismo.

El resumen es que Piketty utiliza a la escritora para demostrar su teoría sobre una sociedad desigual y petrificada, fruto de la exitosa revolución industrial en Gran Bretaña. Cuando lo que describe Austen es precisamente todo lo contrario a ese mundo “socialmente inmóvil” que el economista francés se empeña en hacernos creer. Así pues, leyendo atentamente sus novelas, y revisando críticamente las citas empleadas en El capital del siglo XXI, Rodríguez Braun nos descubre una gran falacia que me parece importante destacar. Y es que Jane Austen en realidad habla sobre una Inglaterra mucho más permeable y móvil de lo que nos dice Piketty, en la que los seres humanos no quieren ser iguales (“¡queremos ser mejores!”, repetía CRB con énfasis). Las descripciones de las ciudades de Bath o Portsmouth en Austen, por ejemplo, hablan de crecimiento económico y dinamismo social, de movimiento de turistas, o demanda de puestos de trabajo (no solo era difícil encontrar servicio doméstico, sino también mantenerlo más de medio año…).

La propia biografía de la escritora, nos explicaba, es justamente lo contrario al cliché que Piketty difunde torticeramente: un mundo en el que el único objetivo de la mujer sería casarse con un buen partido económico… Pero Austen, lo mismo que las heroínas de sus novelas, escogió lo que quiso ser: una profesional de la literatura (algo que, sin duda, le habría reportado una posición económica desahogada que no pudo disfrutar -lamentablemente- por una muerte prematura. Conocía el valor del dinero y tuvo un pretendiente acomodado: pero no se casó por falta de amor). Tenemos por ejemplo el caso de una gestión empresarial de la mujer en colegios e internados: algo que vivió personalmente Jane Austen en la escuela de Mrs. Latournelle en Reading, y que refleja en su novela Emma.

Otro aspecto destacado por Rodríguez Braun, y que se contrapone a la interpretación de Piketty, es un elogio de las profesiones y de las clases medias en las novelas de Austen. Le caen bien los abogados, médicos, párrocos, comerciantes y hombres de negocios, o los militares que terminan su carrera con una buena fortuna fruto de su propio esfuerzo. Incluso los aristócratas que administran su riqueza con prudencia, evitando el derroche (frente a los ociosos, personificados en sir Walter Elliot de Persuasión, cuya vanidad queda descrita genialmente por vivir en una casa “con demasiados espejos”: estos terminarán endeudándose y malgastando su patrimonio).

También resultaron muy interesantes las apreciaciones de CRB, desde una perspectiva de la historia del pensamiento económico (se notaba su oficio de catedrático), al poner en relación a Jane Austen con Adam Smith: coincidieron en el tiempo y, también, en alguna apreciación sobre la importancia del orden espontáneo y la libre organización económica y social. Lo vemos en el divertido personaje de Emma, que se empeña en organizar la vida de la gente (como tantos constructivistas sociales, entre los que Rodríguez Braun incluía sin dudarlo a Piketty); pero con unos resultados casi siempre imprevisibles. Además, el primer Smith escribió sobre la simpatía, el orgullo o la compasión en su gran obra de 1759, La teoría de los sentimientos morales… ¿la conocería nuestra autora de Sense and sensibility?

En fin, que no siempre los libros y los escritores famosos respetan la realidad de las cosas. Esta charla de CRM me sirvió para reflexionar sobre cómo muchas veces aceptamos las teorías de moda (o políticamente más correctas) con poco espíritu crítico: cuando no siempre se atiende a la verdad para construir argumentos. La historia de las ideas está llena de trampas y falsificaciones, que acaban imponiéndose por aquello de que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Esto es algo particularmente cierto para los (abundantísimos) políticos, economistas o gente de la cultura en general, formados en una ideología progresista post-marxiana. Se habla de tolerancia, para enmascarar un relativismo feroz: la verdad es aquello que me interesa a mí, aquí y ahora… Siempre que escribo de estos asuntos suelo recordar esa ocurrencia del presidente Zapatero: “la libertad os hará verdaderos” (o sea, lo que yo te digo que elijas es lo bueno). A veces, pienso, los liberales pecamos de ingenuidad: jugamos limpio, cotejamos las fuentes, respetamos lo escrito por otros… No digo que tengamos que cambiar: pero sí estar alerta para desenmascarar a los falsificadores, como hace con brillantez el profesor Rodríguez Braun.

Por favor: lean este verano a Jane Austen (Sentido y sensibilidad, Emma, Orgullo y prejuicio, Mansfield Park…); o al menos, vean sus excelentes adaptaciones al cine.

1 Comentario

  1. Cuando uno se sabe en
    Cuando uno se sabe en posesión de la verdad y recibe el aplauso generalizado, cualquier realidad debe interpretarse al servicio de la única verdad. Si estas interpretaciones no soportan el análisis o la argumentación, se sobrentiende que quien realiza dichos análisis o argumentaciones son sectarios extremistas alejados del consenso y el raciocinio.

    Los liberales que sin sectarismo ni extremismo argumentan y analizan contra las interpretaciones al servicio dela verdad verdadera e incluso contra el mismo consenso, pese a la estigmatización, no son la ingenuidad; la ingenuidad es comprar unicornios de colores que comen ricos y defecan prosperidad.


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